¿Es real el cambio climático?. Existe consenso entre la mayoria de los científicos serios de que el calentamiento global es un problema real.
Las encuestas muestran que en los últimos años cada vez son menos los estadounidenses que creen que el calentamiento global es una amenaza, y que es ocasionado por la actividad del hombre.
Eso a pesar del consenso que existe entre muchos científicos de que el cambio climático no sólo es algo real sino que además está causado mayormente por los combustibles fósiles utilizados en los vehículos y plantas eléctricas.
Las encuestas muestran que en los últimos años cada vez son menos los estadounidenses que creen que el calentamiento global es una amenaza, y que es ocasionado por la actividad del hombre.
Eso a pesar del consenso que existe entre muchos científicos de que el cambio climático no sólo es algo real sino que además está causado mayormente por los combustibles fósiles utilizados en los vehículos y plantas eléctricas.
En un libro titulado “Mercaderes de la duda”, la profesora de historia de la Universidad de California Naomi Oreskesexplora por qué tantos estadounidenses no confían hoy día en la ciencia.
La autora revela su tesis a partir del mismo subtítulo del libro: “Cómo un puñado de científicos ocultó la verdad desde el humo del tabaco hasta el calentamiento global”.
Según la investigadora, desde que los médicos descubrieron hace 50 años que el alquitrán de los cigarrillos causaba cáncer, el patrón ha sido el de confundir a la gente sin llegar a afirmar o desmentir hechos, sólo limitándose a no darlos realmente por seguros.
En su libro Oreskes sostiene que el actual debate en torno al cambio climático no es acerca del calentamiento del planeta, algo bien documentado por evidencias científicas, sino que se trata de un debate sobre la política.
Eso explica, dice, por qué el Congreso estadounidense rechazó en 2009 un plan para hacer frente al problema y que hubiese puesto límite a las emisiones de carbono que ocasionan el cambio climático.
Oreskes señala que el argumento utilizado es el de que sería un error gastar gran cantidad de dinero en tecnologías alternativas y un error tener regulaciones gubernamentales, entre otras medidas, “si el problema no se ha comprobado que sea real”.
En un reciente discurso electoral, el aspirante republicano a la candidatura presidencial y gobernador de Texas, Rick Perry, quien dijo no ver con buenos ojos que EE.UU. gaste una enormidad de dinero por algo que “no ha sido probado” y que desde su perspectiva personal “es cada vez más cuestionable”.
En “Mercaderes de la duda”, la investigadora sostiene que “la lluvia ácida, el humo de los cigarrillos que respiran los no fumadores, la destrucción de la capa de ozono y el calentamiento global son problemas reales”, y dice que “la pregunta que hay que hacerse es cómo lidiar con ellos”.
De acuerdo con Oreskes, la ciencia no es cuestión de opiniòn sino de evidencias, y negar la verdad “no consigue que los problemas desaparezcan”.
La desinformación es hoy el arma preferida para generar dudas sobre temas ambientales espinosos. Usinas financiadas por intereses corporativos y políticos tapan los hechos para manipular a la opinión pública. Quiénes son y cómo trabajan los científicos que niegan las evidencias y dividen a la comunidad científica global con sus falsas verdades.
Una nueva clase de escépticos pugna por hacerse escuchar en todo el mundo. Ataviados con argumentaciones vistosas, científicos de renombre se dedican a negar evidencias molestas -como la que vincula al cambio climático con las actividades industriales-y hacen valer sus opiniones como si fueran certezas. En buen criollo: fomentan falsas controversias científicas con el objetivo de llevar agua para su molino o para el molino de los intereses que representan.
El accionar de los nuevos escépticos se ha tornado evidente a partir de las discusiones sobre el cambio climático. Ante la catarata de estudios que prueban la responsabilidad humana en el aumento de la temperatura global y en el incremento de fenómenos climáticos extremos, como huracanes y sequías, los científicos escépticos generan sospechas de todo tipo. Pueden poner en duda un dato aislado -como el derretimiento de un glaciar en el año 2035- o invalidar toda la teoría sobre las causas humanas del cambio climático. En última instancia, el objetivo de estos mercaderes del conocimiento es crear titubeos entre quienes deben frenar el cambio climático, ya sean gobiernos o ciudadanos de a pie.
En sintonía con esa voluntad de frenar el persistente trabajo de desinformación que pone en peligro al planeta, el 7 de mayo pasado alrededor de 300 investigadores de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos enviaron una carta abierta a la prestigiosa revista Science para quejarse de las “amenazas macartistas” de los que niegan el cambio climático.
Para desactivar las bombas de estruendo que arman los negadores, bastaría mostrar las señales del cambio climático aquí, allá y en todas partes. Sin embargo, los interesados en continuar con los actuales niveles de consumo y con la industria basada en el petróleo siguen practicando el juego de la suspicacia. Y muchas veces ganan las primeras planas mundiales con sus declaraciones altisonantes.
Según Naomi Oreskes, no hay ninguna justificación para continuar dudando sobre la influencia humana en el cambio climático global. Tampoco hay razones para poner en tela de juicio los efectos dañinos del tabaco en quienes fuman y en quienes absorben el humo de segunda mano. Ni hay por qué desconfiar de la conexión entre ciertos gases y el agujero de ozono. Todo eso ya ha sido probado. Y, sin embargo, los recelos continúan.
¿Por qué algunos prestigiosos científicos se convierten en mercaderes del conocimiento? Algunos deslizan que es por dinero y, para probarlo, muestran las abultadas facturas que cobran algunos consultores científicos para dar conferencias o realizar investigaciones. Otros apuntan al deseo de estar en el candelero mediático o a la ideología más conservadora de los escépticos. Lo cierto es que, gracias a las campañas de los científicos negadores, hay quienes aún dudan de la gravedad del cambio climático y -para peor- obligan al resto a permanecer sentados mientras el planeta se recalienta.
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