viernes, 16 de noviembre de 2012

Las multinacionales se «comen» el medio ambiente



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¿Responsabilidad social corporativa o lavado de cara? La duda no existe entre las ONG que luchan a favor del medioambiente cuando se les pregunta por la labor de las multinacionales. Una multinacional tiene un único objetivo: aumentar sus beneficios de manera continuada. Para ello, es necesario reducir gastos y aumentar ingresos. Y eso pasa por el impacto medioambiental.
Uno de los ejemplos que más preocupan a las organizaciones ecologistas es la producción de aceite de palma. Un informe de Greenpeace denunciaba la destrucción de bosques de turberas de Indonesia, lo que provoca el aumento de emisiones de gases de CO2. ¿La finalidad? Satisfacer la demanda de aceite de palma para su uso en alimentación, biocombustible y cosmética. En el informe se citaban diferentes multinacionales. En concreto, sobre Procter & Gamble, Greenpeace subrayaba que se abastecía «de cerca de un 1% de la producción global de aceite de palma». «Muchos productos de Procter & Gamble contienen este aceite, incluyendo marcas tan icónicas como Ariel, Oil of Olay y Pringles». En este texto, la ONG recordaba que la compañía «se había comprometido a contribuir a la sostenibilidad del planeta» con objetivos como la «reducción de emisiones de CO2». La degradación y la quema de estos bosques causa cada año una emisión de 1.800 millones de toneladas de gases de efecto invernadero. La situación actual, afirman en Greenpeace, es que la multinacional se ha comprometido para 2015 a utilizar un 100% de aceite de palma según los estándares de la Mesa Redonda de Aceite de Palma Sostenible (RSPO). Con todo, algunas organizaciones ecologistas dudan de la efectividad de esta medida.
Un «boom»
«En los últimos años se ha producido un “boom” del aceite de palma», afirma Miguel Ángel Soto, responsable de la Campaña de Bosques de Greenpeace. «Los bosques de turbera son zonas de emisión de carbono, que surge debido a la extracción de madera y a la quema de la madera sobrante. Ese proceso provoca que se liberen gases de efecto invernadero», añade. Los principales bosques se encuentran en Indonesia, pero se localizan también en muchas zonas tropicales. Se trata de áreas parcialmente inundadas y, al drenarlas, la turbera entra en contacto con el oxígeno y se degrada.
Pero aparte de la cosmética, el sector de los biocombustibles es el promotor del «boom». En un principio, dicen en Greenpeace, si se ha usado el aceite de palma para gasolina diésel ha sido para lograr una reducción de emisiones. Y ahí es donde se ha dado la paradoja: «Queremos evitar la emisión de gases de combustibles fósiles pero incentivando el efecto contrario, con una tala de bosques que provoca emisiones de CO2».
Otro de los grandes problemas ecológicos protagonizados por las multinacionales es el fenómeno conocido como «acaparamiento de tierras». «En Europa y EE UU se produce un consumo elevadísimo y agotamos los recursos de nuestros países», dice Blanca González Ruibal, de la ONG Amigos de la Tierra. Así, en estos continentes podemos llegar a gastar unos 44 kilos de recursos por habitante al día. Y para alimentar a toda la ganadería industrial de la que nos abastecemos para nuestra alimentación –y para lo que se necesitan 11 millones de hectáreas más de las que se disponen–, se utiliza la soja perteneciente a cultivos de Paraguay, Argentina y Brasil.
«En el sector agroalimentario se da una explotación bestial de recursos ajenos. Y las multinacionales compran millones de tierra fértil en América Latina», afirma González Ruibal. Pero ¿se da posteriormente un retorno económico? «No está tan claro que ese retorno vaya directamente a las poblaciones», responde. Así, un caso paradigmático tiene lugar en Brasil, en las zonas de El Cerrado y el Amazonas, donde «un sector de las multinacionales acapara y destruye tierra fértil».

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