martes, 9 de septiembre de 2014

El primer año es fundamental para asentar unos hábitos alimentarios saludables

R. I.@abc_es / MADRID

Los niños que siguen una dieta baja en frutas y verduras durante su primer año de vida, mantiene esas preferencias a los 6 años

FOTOLIA
Los padres no deben desanimarse antes una respuesta negativa inicial de sus hijos

Antes de que un niño empiece a caminar se debe educarlepara que tenga unos hábitos de alimentación saludables. Lo dicen una serie de estudios que se publican en la revista «Pediatrics» que concluyen que los patrones alimenticios persisten en el cerebro mucho más tiempo de lo que se había pensado hasta ahora.

«Nuestros gustos y preferencias, sobre todo relacionados con el consumo de frutas y verduras, y con las bebidas azucaradas, son duraderos»,explica Elsie M. Taveras, pediatra del MassGeneral Hospital para Niños de Boston (EE.UU.). Los estudios sugieren, señala, que en términos de calidad de la dieta, «el primer año de vida puede ser fundamental».

Los 11 estudios publicados en «Pediatrics» han analizado las dietas de 1.500 niños de unos 6 años de edad y los compararon con sus mismo hábitos alimenticios durante su primer año de vida. Investigaciones anteriores han demostrado que las preferencias por los alimentos y sabores sabor se desarrollan en la infancia. Sin embargo, hasta ahora no se conocía cómo las dietas durante esta etapa de la vida determinaban las preferencias alimentarias en edades mayores.
Hábitos duraderos

Pues según estos estudios resulta que los niños que habían seguido una dieta baja en frutas y verduras durante su primer año de vida, mantenía esas preferencias a los 6, señala Kelley Scanlon, de los Centros para el Control de Enfermedades (CDC) de EE.UU. Los estudios han tenido en consideración algunos factores que podía haber sesgado los resultados: raza, el nivel socioeconómico familiar y la lactancia.
Los resultados, señaló Scanlon al NYT, subrayan la importancia de la exposición temprana de los niños a una variedad de frutas y verduras, ya que facilitan la transición la mesa. «Yo creo en la importancia de la experiencia temprana y los padres no deben desanimarse antes una respuesta negativa inicial de sus hijos».

No se trata sólo de cambiar la dieta de sus hijos, sino de toda la familia

Por ejemplo, algunos de estas investigaciones han visto que los bebés que consumieron cualquier cantidad de bebidas azucaradas, a los 6 años eran dos veces más propensos a beber al menos una bebida de este tipo al día. Otro trabajo determinó que los niños que bebieron bebidas azucaradas entre los 10 y 12 meses más de tres veces a la semana duplican su riesgo de a ser obesos a los 6 años.

La buena noticia es que no todo está perdido para los padres que no alimenten de forma saludable a sus hijos. Los niños, señala Catherine A. Forestell, del Centro William&Mary, tienden a probar lo que ven a sus padres comer. Por eso, dice, «no se trata sólo de cambiar la dieta de sus hijos, sino de toda la familia. Ahí está el reto».

Educar el cerebro

Afortunadamente, el cerebro puede ser entrenado para preferir alimentos saludables sobre aquellos ricos en calorías no saludables. Según una investigación de la Universidad de Tufts (EE.UU.), no nacemos con la capacidad de preferir un alimento sobre otro, sino que todo surge como una respuesta a unos hábitos.
Susan B Roberts, autora del estudio que se publica en «Nutrition & Diabetes», sabemos que es difícil cambiar los hábitos alimenticios una vez establecidos, pero «es posible. Nuestro cerebro puede aprender a disfrutar de los alimentos saludables».
Los investigadores estudiaron la parte del cerebro vinculada a la recompensa y la adicción en un grupo de 13 hombres y mujeres con sobrepeso y obesidad, ocho de los cuales participaban en un programa de pérdida de peso especialmente diseñado. En concreto, se trataba de una dieta alta en fibras y proteínas y baja en hidratos de carbono.
Los participantes se sometieron a un escáner cerebral antes de iniciar el programa y a la finalización del mismo, 6 meses después. Y comprobaron que aquellos que siguieron el programa mostraron cambios en los centros de recompensa del cerebro, que era más sensible a los alimentos más saludables y menos ante otros ricos en calorías.

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