Vandana Shiva ha publicado Los bienes comunes de la Tierra. Del milagro económico hindú al “suicidio de las semillas”, análisis de un planeta crecientemente convertido en rehén de las grandes corporaciones transnacionales. “Las patentes están destruyendo los recursos naturales y los saberes locales. La única vía para resistir es la desobediencia civil”
Vandana Shiva ha publicado Los bienes comunes de la Tierra. Del milagro económico hindú al “suicidio de las semillas”, análisis de un planeta crecientemente convertido en rehén de las grandes corporaciones transnacionales. Semillas y saberes patentados, privatización –expropiación— de bienes comunes son las armas fundamentales de que se sirven los álfiles del capitalismo remundializado y contrareformado en nombre de la globalización neoliberal, que para Vandana Shiva son las trasnacionales de los sectores agroalimentario y farmacéutico, sobre todo, junto con la OMC, el Banco Mundial y el FMI. Le entrevistaron para Il Manifesto Tommaso Rondinella y Duccio Zola.
Cuando arranca a hablar Vandana Shiva, sus palabras tienen el tono sereno de la argumentación. Mas cuando llega al núcleo de su reflexión, el timbre de voz se hace imperioso, como si, a tal punto segura de lo que está sosteniendo, tuviera que expresarlo enérgica y fogosamente. Diplomada en física cuántica y en economía, veterana investigadora, Vandana Shiva es de esos “científicos descalzos” que en cierto momento de su vida han dejado los laboratorios para estudiar los “efectos colaterales”, es decir, las consecuencias de sus investigaciones y descubrimientos. Para esta hindú nacida en un estado del norte de la India, el punto de inflexión llegó cuando se vio envuelta en un proyecto del Banco Mundial que había destruido la economía local de una región hindú.
Desde entonces, de hecho, ha abandonado la investigación científica para fundar en 1982, junto con otros investigadores, el Centro de Ciencia, Tecnología y Política de los Recursos Naturales. El primer resultado de su nueva actividad de estudiosa quedó condensado en el libro Sobrevivir al desarrollo. Desde entonces ha publicado muchos ensayos, todos extremadamente críticos con la “globalización neoliberal”. Entre ellos, vale la pena recordar los siguientes: Biodiversidad, biotecnologías y agricultura científica; también: Biopiratería. El saqueo de la naturaleza y de los saberes locales; así como: Vacas sagradas y vacas locas; también: El mundo bajo las patentes; y finalmente: Las guerras del agua.
De paso por Italia para dictar una conferencia –ha sido invitada por el foro de la campaña Sbilianciamoci y ha participado en el encuentro Torino Spiritualitá—, hemos tenido oportunidad de hablar con Vandana Shiva sobre su último libro, Los bienes comunes de la Tierra, que acaba de publicarse en Italia.
En tu libro describes las relaciones entre este modelo de globalización económica y la difusión de terrorismos y fundamentalismos. ¿Podrías ilustrar esos vínculos?
Lo que trato de poner de relieve son los procesos que generan una cultura de “explotabilidad”, fundada en la capacidad de disponer de todo y de todos porque a todo y a todos se les asigna un precio. Esa condición, económica y cultural a un tiempo, altera la forma en que nos pensamos los unos a los otros y el modo en que nos relacionamos recíprocamente, y está en la raíz de un sinnúmero de conflictos. Favorece la afirmación de “identidades en negativo”, basadas en una actitud excluyente, de rechazo del otro.
Ese modelo de desarrollo, que niega derechos, margina y expropia está en la raíz del fundamentalismo y el terrorismo. Dispara un proceso que no está insito en cultura alguna, pero que se nutre de la creación de personas de “usar y tirar”. Por dar un ejemplo, el crecimiento de la India del que informan los periódicos de todo el mundo oculta expropiaciones de tierra nunca antes vistas. Y la tierra secuestrada es la de los pequeños campesinos, los más pobres. Las tierras son luego adquiridas a precios irrisorios por las grandes compañías transnacionales, que pueden así producir a precios reventados. Eso está causando migraciones masivas hacia las ciudades, provocando el hacinamiento conurbano y causando un aumento de la inestabilidad.
Sostienes desde hace tiempo la necesidad de un control directo de los recursos y de los bienes comunes por medio de una “localización de la economía” y de una redefinición de las fronteras de la democracia. ¿Qué implicaciones políticas tiene esa concepción?
En relación con mi idea de democracia, el modelo neoliberal de globalización no es sino la dominación ejercida por instituciones supranacionales no democráticas, rehenes de unas pocas, poderosísimas, trasnacionales. La distancia es un factor aislante. Por eso la práctica de la localización, de poner en el centro los intereses y las legislaciones locales, reviste una importancia fundamental. La localización permite asegurar la justicia y la sostenibilidad. Eso no significa que toda decisión tenga que tomarse a nivel local, sino que debe ser discutida y aprobada también a nivel local: las mejores decisiones se toman allí donde su efecto puede ser más claramente percibido.
Es importante destacar que ese principio constituye un imperativo ecológico. Las crisis medioambientales que afligen a nuestro planeta derivan de un desconocimiento del papel desempeñado por los recursos naturales. Para resolver esas crisis es necesario que las comunidades locales recuperen el control de sus propios recursos, a fin de construir una economía sostenible. Reconquistar los bienes comunes trae, pues, consigo la necesidad de poder ejercer un control sobre la gestión estatal de los recursos, de las decisiones y de las políticas de desarrollo económico. Pero al propio tiempo es necesario volver a tomar posesión de los recursos privatizados por las transnacionales mediante los acuerdos de la OMC y los programas de ajuste estructural del Banco Mundial y del FMI.
En tu último libro denuncias la existencia de un genocidio en los daños sufridos por mujeres y pequeños agricultores…
En la India, 36 millones de mujeres causan baja laboral a causa del aborto selectivo practicado en los fetos femeninos. En el mundo entero, la cifra llega a los sesenta millones. El feticidio es la consecuencia directa de la exclusión de las mujeres de un sistema productivo basado en la agricultura industrial, en el consumismo, en la mercantilización de todos los aspectos de la vida humana. Sucede esto en las regiones agrícolas, pero sobre todo en las zonas urbanas y suburbanas. En Delhi hallamos la tasa más alta de alfabetización y los ingresos más elevados de toda la India, y al mismo tiempo, el mayor número de actos de violencia sobre las mujeres, desde estupro, hasta acosos sexual y asesinato por dote. El censo de 2001 registra en Delhi un hueco demográfico de 140 mil niñas menores de seis años.
Paralelamente, el desarrollo de la agricultura industrial, fundada en tecnologías costosísimas, en el empleo masivo de fertilizantes y pesticidas químicos y en la imposición de las semillas genéticamente modificadas, causa la bancarrota de los pequeños agricultores, incapaces de sostener los costos y la concurrencia de esos métodos. Sólo en 2004, 16.000 campesinos se han quitado la vida en la India. Los suicidios de los campesinos pobres derivan del endeudamiento provocado por el aumento de los costos de producción y del desplome de los precios de los productos agrícolas. Los suicidios son el resultado inevitable de una política agrícola que protege los intereses del capitalismo global e ignora los de los pequeños agricultores. Por eso no hablo de suicidios, sino de genocidio.
La red campesina Navdanya, que has fundado y que coordinas, se propone como una alternativa para los pequeños campesinos hindúes amenazados por las transnacionales del sector agroalimentario. ¿Cómo son vuestras prácticas y qué objetivos os proponéis?
Navdanya significa «nuevas semillas», un nombre que evoca la riqueza de la diversidad y el deber de defenderla frente a la invasión de las biotecnologías y de los monocultivos de la agricultura industrial. Junto con las patentes que monopolizan los derechos de propiedad intelectual introducidos por la OMC, por la convención para la biodiversidad y por otros acuerdos comerciales, las biotecnologías reducen la diversidad de las formas de vida al papel de materia prima para la industria y los beneficios. Las semillas genéticamente modificadas encierran a los pequeños agricultores en una jaula de deudas y mentiras. Por eso las llamo las “semillas del suicidio”. Se las hace estériles, a fin de que no puedan reproducirse y tengan que ser adquiridas cada años por los campesinos a precios elevados. Las patentes de las semillas son propiedad de transnacionales como Monsanto, que de esta forma se apropian de las fuentes de vida y de los derechos de dos terceras partes de la humanidad.
Para hacer frente a esta situación Navdanya, que cuenta ahora mismo con 300 mil agricultores afiliados, ha creado economías locales alternativas que controlan los procesos de producción y distribución de los alimentos y asesoran a los productores locales. Los campesinos de la red adoptan cultivos biológicos diferenciados que protegen la fertilidad de los terrenos y la biodiversidad, evitando el uso de fertilizantes químicos y de pesticidas. De este modo se mejora la productividad y el aporte nutritivo de las cosechas, llegando a recuperar hasta el 90% de los costes de producción. Las entradas son tres veces superiores a las de los agricultores que se sirven de productos químicos, no se generan subproductos tóxicos ni daños a la biodiversidad. Por lo demás, el sistema de comercio equitativo que regula la distribución de los productos protege de la inseguridad inherente a los mercados y de las especulaciones financieras. Cultivo orgánico y comercio equitativo, en cambio, ofrecen seguridad en el plano de las opciones alimentarias, de la salud y de la estabilidad. De manera que todos, agricultores, medio ambiente y consumidores, obtienen gran provecho.
Frente a una situación tan grave, ¿te arriesgarías a ofrecer una posible vía de salida?
Hace ahora cien años, en Sudáfrica, Gandhi rechazó la segregación racial, afirmando el derecho de no obedecer a leyes injustas. La desobediencia civil implica la opción por la no-violencia y por la no-cooperación pacífica. Yo creo que también hoy ésta es la vía a seguir, comenzando por la resistencia al patentamiento de las semillas hindúes. En la India está en discusión una ley que podría traer consigo la prohibición del uso de semillas propias por parte de los campesinos. Semillas que durante miles de años han sido conservadas y transmitidas de generación en generación y de cosecha en cosecha, quedarían así desplazadas para dar lugar a la comercialización de semillas carísimas producidas en los laboratorios de transnacionales como Monsanto. Nosotros sabemos que la variedad de las semillas indígenas, conservadas y seleccionadas localmente, representa nuestra garantía ecológica y económica, porque esas semillas variadas están en condiciones de adaptarse perfectamente a las condiciones climáticas y geológicas de las diversas regiones de la India. No se puede criminalizar a centenares de millones de de pequeños agricultores que no están dispuestos a someterse al modelo agrícola impuesto por las transnacionales. Para conquistar nuestra libertad económica y política es necesario volver a otra vez la mirada a Gandhi, a sus ideas de autogobierno y de autoproducción local.
En tus intervenciones no dejas de hacer hincapié, a través de ejemplos concretos, en la posibilidad de reapropiarse los bienes comunes. Ejemplos como el de la movilización contra la Coca Cola en Kerala…
Un ejemplo que demuestra la posibilidad de victoria por parte del movimiento democrático global. La lucha comenzó en 2000 por parte de las mujeres del Plachimada, una pequeña aldea del Kerala, sede de un establecimiento de la Coca Cola. Una fábrica que llegó a consumir un millón y medio de litros de agua diarios, generando sequía en toda el área circundante, que siempre había sido rica en recursos acuíferos. A lo que hay que añadir el encono generado por los desechos productivos y la contaminación de los terrenos. Las mujeres comenzaron a poner sitio a los muros del establecimiento, a organizar manifestaciones y sentadas, implicando a toda la comunidad de la región. Se decidió entonces recurrir a la Alta Corte de justicia del Kerala, que dio la razón a las mujeres del Plachimada, con una sentencia histórica que afirma el carácter de bien público del agua.: en 2004, el gobierno regional fue obligado a cerrar la fábrica. Eso ha producido una multiplicación de las luchas en toda la India, y la formación de una campaña nacional de boicot a Coca Cola y a Pepsi. A día de hoy, más de quinientas entidades, entre aldeas, escuelas y universidades, se han declarado “libres de Coca Cola y Pepsi”. Eso prueba las enseñanzas de Gandhi: sólo tomando consciencia de nuestra responsabilidad se pueden conseguir los derechos; sólo comenzando a vivir libremente se puede conseguir la libertad.
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