Por Robert Reich, 6 de octubre de 2014
De acuerdo con la información de la Base de Datos Federal que fue dada a conocer la semana pasada, las Compañías Farmacéuticas y los fabricantes de dispositivos médicos pagaron unos 380 millones de euros en honorarios de consultoría o gastos de representación durante los primeros cinco meses de 2013.
Algunos médicos recibieron más de medio millón de dólares y otros consiguieron varios millones de dólares por los derechos de los productos que ayudaron a desarrollar.
Los médicos dicen que estos regalos no tienen efecto en los medicamentos que prescriben. Pero entonces, ¿por qué las Compañías Farmacéuticas dan este dinero si no obtienen a cambio un adecuado retorno de su inversión?
En Estados Unidos se gasta una fortuna en medicamentos, más por persona que en cualquier otra nación del mundo, y eso no quiere decir que los estadounidenses tengan mejor salud que los ciudadanos de otras naciones económicamente más avanzadas. De los aproximadamente 2.2 billones de dólares que se gastan en la atención sanitaria, los medicamentos representan el 10% del total.
El Gobierno paga esta cantidad a través de Medicare, Medicaid y los subsidios establecidos por la Ley Affordable Care, un pago que se realiza, en parte, indirectamente de nuestros impuestos. El resto lo pagamos directamente, a través del copago, pagos deducibles y primas.
Los pagos o regalos que realizan las empresas de medicamentos a los médicos forman parte de la estrategia de las grandes farmacéuticas para limpiarnos nuestros bolsillos.
Otra estrategia es la que realizan con los medicamentos cuyas patentes están a punto de expirar: hacer pequeños cambios, a veces insignificantes, por lo que técnicamente se considera un nuevo medicamento.
Por ejemplo, en febrero pasado, antes de que expirara la patente sobre Namenda, un fármaco muy utilizado para el tratamiento del Alzheimer, Forest Laboratories anunció que dejaría de vender el medicamento en forma de tabletas sustituyéndolo por cápsulas de más lenta absorción, el denominado Namenda XR. Las cápsulas son simplemente una reformulación de las tabletas. Pero un cambio de tan poca importancia impidió que fuera sustituido por la versión genérica del medicamento.
En definitiva: más ganancias para Forest Labs y más costes para todos nosotros.
Otra técnica utilizada por la Compañías Farmacéuticas es la de seguir haciendo publicidad agresiva de sus marcas incluso mucho después de que hayan expirado sus patentes, que son de 20 años. Los pacientes siguen pidiendo a sus médicos esas marcas, cosa que muchos médicos atenderán.
Estados Unidos es uno de los pocos países que permiten una publicidad directa de los medicamentos con receta.
Una cuarta técnica que emplean las Compañías Farmacéuticas es la de pagar a los fabricantes de medicamentos genéricos para que retrasen la comercialización de sus versiones genéricas más baratas. Son los llamados “acuerdos de pago por demora”, que generan grandes beneficios tanto para los fabricantes que tenían la propiedad del medicamento como para la empresa que fabrica el genérico. Una vez más, somos usted y yo quien pagamos. Esta táctica nos cuesta alrededor de 3,5 mil millones de dólares al año.
En Europa no se permiten este tipo de pagos, pero son legales en Estados Unidos. Los principales fabricantes de medicamentos genéricos han luchado contra los intentos legislativos de acabar con estos pagos.
Por último, mientras que otras naciones establecen los precios de los medicamentos al por mayor, las leyes prohíben en Estados Unidos que el Gobierno use de su considerable poder de negociación a través de Medicare y Medicaid para conseguir unos precios más bajos en los medicamentos. Esto forma parte de un acuerdo con las grandes empresas farmacéuticas, una concesión por su apoyo a la Ley Affordable Care Act de 2010.
Las Compañías Farmacéuticas dicen que necesitan beneficios adicionales para pagar por la investigación y desarrollo de nuevos fármacos. Pero gran parte de la investigación de estas Compañías se hace a través de los Institutos Nacionales de Salud.
Mientras tanto, las Farmacéuticas se gastan más en publicidad y marketing que en investigación y desarrollo, a veces decenas de millones de dólares para promocionar un solo medicamento. Y gasta también cientos de millones de dólares al año en los grupos de presión (lobbies). Solo el año pasado, se alcanzaron los 225 millones de dólares en este concepto, según el Center for Responsive Politics.
Además, las grandes farmacéuticas gastan grandes cantidades en las campañas políticas.: en 2012, desembolsaron más de 36 millones de dólares, siendo por tanto el mayor contribuyente político de toda la industria estadounidense.
¿Por qué seguimos aguantando todo esto? Es fácil decir que no tenemos elección dado lo mucho que la Industria se gasta en Política. Si la gente se mostrase lo suficientemente indignada, los políticos y los organismos reguladores no permitirían esta gigantesca estafa.
Pero la gente no lo parece, y no es así porque gran parte de esta estrategia está oculta a los ojos del público. Pero creo que también se debe porque nos han metido toda esa charlatanería ideológica del libre mercado, que es una cosa independiente y superior a la del Gobierno.
Y puesto que la propiedad privada y la libertad de contratación son el núcleo del libre mercado, asumimos que las Compañías Farmacéuticas tienen todo el derecho a cobrar lo que quieran por los bienes que venden. Y sin embargo, el libre mercado no se puede separar del Gobierno, porque el Gobierno determina la reglas del juego.
Determina por ejemplo lo que se puede patentar y por cuánto tiempo, qué beneficios secundarios crean conflictos de intereses ilegítimos, qué investigación básica debe ser subvencionada, y cuándo el gobierno puede negociar precios bajos.
La pregunta fundamental no es si el Gobierno debe desempeñar un papel en el mercado, ya que sin tales decisiones gubernamentales no habría mercado, no habría nuevos fármacos. La cuestión es cómo el Gobierno organiza ese mercado. Mientras que los grandes fabricantes de medicamentos tienen una presencia desproporcionada en la toma de estas decisiones, el resto de nosotros pagamos más de la cuenta.
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Robert Reich es uno de los mayores expertos del país en cuestiones de trabajo y economía, profesor de Políticas Públicas de la Escuela Goldman de Política Pública de la Universidad de California en Berkeley. Ha servido en tres administraciones nacionales, más recientemente como Secretario de Trabajo durante la Presidencia de Bill Clinton. La revista Time le ha nombrado uno de los diez secretarios de gabinete más eficaces del siglo pasado. Ha escrito trece libros, entre ellos un best seller: Aftershock: The Next Economy and America’s Future; The Work of Nations; Locked in the Cabinet; Supercapitalism; y más recientemente, Beyond Outrag (Más allá de la indignación). También es editor de la revista estadounidense Prospect, y Presidente del grupo Common Cause
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