Por Marc-Andre Boisvert
Los presos de la granja penitenciaria de Saliakro en Costa de Marfil, condenados a menos de tres años por un delito no violento, tienen libertad para moverse dentro del recinto. Crédito: Marc-André Boisvert/IPS
SALIAKRO/ABIYAN, Costa de Marfil, 4 ago 2014 (IPS) - François Kouamé, preso número 67, muestra con orgullo su cerda y sus cuatro cerditos. Con botas de goma, camina frente a dos nuevos tractores y se encamina feliz hacia un campo donde pronto comenzarán a crecer plantas de mandioca (yuca) y maíz. “Mira esos brotes, ¡es mucho trabajo!”, comentó en esta granja penitenciaria de Costa de Marfil.
Estar preso en uno de los países más pobres de África no es cosa fácil. Pero las autoridades marfileñas buscan alternativas para aliviar el hacinamiento en las cárceles y la mala alimentación de los reclusos. Parece que encontraron la respuesta en una granja.
La finca de la prisión de Saliakro, donde Kouamé cumple el año de condena que le queda, es la primera en Costa de Marfil. Él fue uno de los primeros reclusos en llegar en diciembre de 2013.
Las 21 edificaciones de la granja, construidas en lo que fuera un campamento de verano, tienen capacidad para albergar a unos 150 presos, cuyas condenas deben ser por menos de tres años y por delitos no violentos. Es un espacio para que aprendan técnicas agrícolas.
“Nuestro objetivo es que la condena sea una oportunidad para realizar un cambio de vida sostenible”: Bernard Aurenche.
Para Kouamé, la granja es un alivio después de haber estado seis meses en la prisión estatal de Soubré por cortar árboles en la plantación vecina de cacao.
“Dormíamos cuatro personas en un espacio donde solo cabía una. Y únicamente nos daban un tazón de arroz al día”, relató el joven.
Ahora come tres veces al día y duerme en una habitación limpia para 16 personas. Cada hombre tiene su propia cama de litera, un armario y mucho espacio para moverse.
Mamadou Doumbia, de 32 años, cumple una condena de dos por robar computadoras. El tranquilo y elocuente hombre está contento de estar en la granja. Había estado antes 11 meses en la cárcel de Agboville, en la región de Agnéby, cerca de Abiyán, la capital económica del país.
Doumbia expuso a IPS un lúgubre panorama de la cárcel de Agboville. Violaciones, mala nutrición y pestes son muchas de las cosas que confesó haber presenciado.
“Me siento humano otra vez”, dijo a IPS.
El ritmo de trabajo no es de vacaciones. Los reclusos tienen que despertarse a las 5:30 y aprontarse para comenzar a trabajar a más tardar a las 7:00, en una jornada que se prolonga hasta las 15:00, con una breve interrupción para almorzar.
Con el proyecto de Saliakro, las autoridades y sus colaboradores esperan mejorar las condiciones de los reclusos, reducir costos y ayudar a su reintegración a la sociedad.
Superpoblación y mala nutrición
Costa de Marfil tiene cárceles relativamente modernas en comparación con otros países de África occidental, donde la mayoría de los países no han invertido en nuevos centros desde la década de los 70.
En la vecina Ghana, el fuerte colonial Jamestown dejó de funcionar en 2008. En Guinea-Bissau, hubo que esperar a que la Organización de las Naciones Unidas construyera una cárcel para frenar el hacinamiento de reclusos en lo que ahora es una hermosa casa colonial rebautizada como Casa de los Derechos. Malí, Guinea, Sierra Leona y Liberia tienen penales hacinados construidos en los años 60.
En la Casa de Detención y Corrección de Abiyán (MACA, en francés), hablar de superpoblación es quedarse corto. El recinto construido en la década de los años 80 para 1.500 reclusos tiene una población de 5.000 personas.
“La higiene es muy difícil. Hay frecuentes cortes de agua”, relató a IPS por teléfono un preso de MACA bajo anonimato, pues no tienen permitido hablar con los medios.
A pesar de que el gobierno y donantes internacionales comienzan a abrir centros de detención en el norte, cerrados tras una década de separación, de hecho, con el sur, la situación de hacinamiento en las cárceles es grave.
La cárcel de Man, un pueblo en el oeste de Costa de Marfil, tiene a varios responsables de la crisis postelectoral que se desató de 2010 a 2011 y que dejó más de 3.000 personas muertas.
El año pasado se le hizo una reforma, pero nuevo no significa menos hacinado. Se construyó para alojar a 300 reclusos, pero actualmente tiene el doble. Didier, quien espera por el juicio en la prisión de Man, dijo que el arroz lo deja con hambre. “No podemos tener tres comidas diarias. La mayoría de las veces solo comemos una vez al día”, dijo por teléfono a IPS.
En mayo, cinco reclusos de Man murieron y varios más fueron hospitalizados. La médica de la prisión, Viviane Lawson Kiniffo, dijo a la prensa marfileña que la promiscuidad, la mala nutrición y la higiene eran grandes problemas.
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Autosuficiencia y reintegración
Cuando el ministro de Justicia, Gnenema Coulibaly, inauguró la primera granja carcelaria de Costa de Marfil en Saliakro declaró: “Pronto se abrirán más”.
Además de mejorar las condiciones de vida para los reclusos, la granja penitenciaria de Saliakro alivia el presupuesto carcelario pues, además de dar alimento a los presos, se puede vender el excedente de producción en los mercados locales.
Pero las 450 hectáreas hacen más que aliviar el presupuesto del Estado.
“No se trata solo de alimentarlos, sino de que los reclusos vuelvan a tener una vida normal. Se trata de aprender nuevas herramientas y poder reintegrarse y participar plenamente en la sociedad”, dijo a IPS el superintendente de Saliakro, Pinguissie Ouattara. “Se trata de ofrecer una alternativa al delito y disminuir la delincuencia”, insistió.
Saliakro no figura en ningún mapa, este pueblo no existe. El nombre es la contracción de Kro, “aldea” en baoule, una lengua local, y “Salia”, el primer nombre del anterior superintendente, Salia Ouattara, fallecido en 2007.
“Nuestro objetivo es que la condena sea una oportunidad para realizar un cambio de vida sostenible”, explicó Bernard Aurenche, representante en Costa de Marfil de Presos Sin Fronteras, una organización no gubernamental francesa, en entrevista con IPS.
Los 150 reclusos cuentan con apoyo de agrónomos. Los participantes en el proyecto profundizan sus conocimientos agrícolas y reciben 300 francos CFA (unos 70 centavos de dólar) al día.
“Con eso podrán ahorrar para plantar su propia huerta cuando se vayan. Pero también se trata de su reinserción a la vida y de ganar confianza”, añadió.
Kouamé es más realista. Ya se dedicaba a la agricultura, pero dijo a IPS que había aprendido mucho de los agrónomos de la cárcel. “Aprendí muchas cosas que me permitirán hacer mi huerta más rentable, en especial diversificar la producción”, remarcó.
Sin embargo, el camino todavía es empedrado. El presupuesto inicial procedió de la Unión Europea y resta garantizar la iniciativa a largo plazo. También debe afinarse la elección de reclusos, pues hasta ahora no se guió por ningún criterio claro.
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