La Sierra de Lema
Charles Brewer-Carias
La Sierra de Lema es una agrupación de montañas y mesetas que forma la sección oriental de una extensa divisoria que separa las cuencas de dos grandes ríos de la región suroriental de Venezuela y aunque en muchas publicaciones se hace referencia a esta serranía, en los mapas disponibles en la actualidad no hemos encontrado un criterio definitivo en cuanto a su posición o a su extensión. Por lo que para ubicar esta Sierra de Lema que probablemente resulta un nombre que nunca hayan escuchado, resulta más fácil explicar que es una montaña de unos 80 kilómetros de largo en sentido este-oeste, formada por una serie de mesteas y riscos que constituyen el límite norte de "La Gran Sabana" en la Guayana.
El topónimo “Sierra de Lema” (antes llamado Riincotte Mts) aplicado a una parte de esta gran divisoria de aguas, fué mencionado por primera vez en el "Informe Oficial" de la expedición realizada en 1890 por el General Nicolas Meza, cuando al cruzar por primera vez esta montaña que separaba las aguas del rio Chikanán (afluente del rio Cuyuni), de las del rio Carrao (afluente del Caroní) por donde navegó para llegar hasta Camarata; menciona que: "en esa montaña de Lema existe un volcán de aire cerca de la pica de los indios por donde la tramonté.." (46).
No obstante el topónimo “C. Lema” aparece nuevamente señalado al Oeste de las nacientes del rio Chikanán en un mapa impreso en 1896 para fijar la posición Venezolana frente a una ocupación inglesa (19), en el cuál también aparece el nombre de “Sierra Rinocote” (la Sierra de Lema actual) para identificar la sección de la divisoria de aguas que se ubicaba entre aquel “Cerro Lema” (quizás el Ptari-tepui) y el Cerro Venamo (1600 msnm). Hacia el oeste de este "C. Lema" el mapa el 1896 señala a la “Sierra Usupamo” como la continuación de la divisoria de aguas. Seguramente de acuerdo con la posición de una serranía "Usupama Mts." que fue mencionada por primera vez en un mapa editado en Londres en 1805 (8).
Pero el topónimo “Sierra de Lema” que suplanta el nombre Riincotte Mts del mapa de 1805, aparece por primera vez mencionado en la “Relación Suscinta” de una expedición que realizaron dos Misioneros Capuchinos que en 1929 llegaron hasta la sabana de Camarata después de remontar el rio Caroní, cuando para su regreso hacia Tumeremo decidieron atravesar esta montaña para alcanzar el rio Cuyuni y navegar por el (2). Pero finalmente el topónimo "Sierra de Lema" queda ubicado en el lugar que es mayormente aceptado por los mapas de la actualidad, a partir de una conferencia y la publicación de un modesto “Cróquis de la Gran Sabana” que presentó el Misionero Capuchino Baltasar de Matallana para ilustrar los viajes que había hecho entre 1934 y 1937 por la región del alto río Caroni (43). Mostrándola como la porción de la divisoria de aguas que se extiende entre el Cerro Venamo, que hace frontera con Guyana, y una meseta muy alta cuyo perfil le recordaba a los indígenas la forma de una cocina para tostar el casabe. Razón por la cual en la lengua Pemón esta escarpada meseta de 2400 m, que es el lugar de mayor altura en toda esa extensa divisoria de aguas, se conoce como “Ptari-tepui” (Cerro del Budare).
Pero algo muy interesante de la conferencia y el "Croquis" que presentó este erudito, misionero, escritor y geógrafo Baltasar de Matallana ante el auditorio de la Sociedad de Ciencias Naturales en 1937, fue que a partir de ese momento la Sierra de Lema quedó definida como el límite norte de la Gran Sabana. Una región que hasta entonces era casi totalmente desconocida y solo había sido mencionada por ese nombre por el explorador Juan Mundó Freixas en 1928. Aunque antes de él fue considerada como los frescos “Prados de la Parima” (5, p121), cuando en 1772 los Misioneros Tomás de Mataró y Benito de la Garriga estuvieron explorando la zona en su intento por llegar hasta la famosa laguna "Parima", aquel fabuloso mar interior del tamaño del Mar Caspio que en el s.XVI se creyó gobernado por un príncipe que los conquistadores conocieron como “El Hombre Dorado”.
Obviamente que estos misioneros nunca pudieron alcanzar la codiciada laguna, ni tampoco catequizar a los indígenas que la habitarían, porque durante la mayor parte de su expedición tuvieron que huir descalzos y dormir en el suelo para poder escapar de la empecinada persecución a la que los sometieron unos indios “Paraguayanos” que, no contentos con haber matado a varios miembros del grupo expedicionario, los hostigaron incansablemente a la vez que les pedían a gritos que se detuvieran porque:! “tan solo queremos matarlos y nada más”…! (45 p.117).
Es 25 años después de la presentación del "Croquis" de Matallana y de las publicaciones de la exploración Oficial, cuando nuestro gran amigo el botánico Julian A. Steyermark emplea el nombre de “Sierra de Lema” para identificar la montaña donde había colectado unas plantas que crecían al lado de una carretera que se estaba construyendo entre la población de El Dorado y Luepa para subir hasta la Gran Sabana (70). La misma serranía que en 1989 Schubert y Huber ubicaron después en un dibujo esquemático para mostrar como, la pendiente montañosa que forma el flanco norte de la altiplanicie de la Gran Sabana, correspondía efectivamente a la Sierra de Lema (65,p 63). No obstante, consideramos que la posición mas acertada del topónimo "Sierra de Lema" en un mapa actual -que aún sigue cambiando de ubicación según quien haga el mapa- fué establecida por el "Mapa Topográfico de la Guayana Venezolana" que acompaña la magna obra: “Flora of the Venezuelan Guayana”, de Julián A. Steyermark, quien me pidió que le ayudara a ilustrar el primer volumen con algunas de las fotografías de los viajes que habíamos hecho juntos (71). Por otra parte, ésta experiencia, también nos permitió reforzar la historia sobre que ningún otro explorador, tales como Cardona o Mundó, pudieron haber visto esta majestuosa caída de agua antes que lo hiciera el famoso aviador Angel muchas veces en compañía de Carlos Freeman y del Sr. Tintin Almaral (que también conocimos como amigo de mi padre y del padre de Alfredo Chacón) de acuerdo a como lo narró Heny a Oscar Yanez para el diario El Universal del domingo 5 de octubre de 1997 y confirmado también como haber sido visto por el escritor Dennison en compañía de Angel durante un vuelo el 25 de Marzo de 1935 (23, p39)
La Tierra de las Cascadas
Aunque en varias ocasiones visitamos algunos puntos situados sobre esta gran barrera biogeográfica que representa la divisoria de aguas entre las cuencas de los rios Caroní y Esequibo, y encontramos allí nuevas plantas y animales, fue el botánico Otto Huber quien primero hizo pública su preocupación porque esta Sierra de Lema aún no había sido explorada (37 p.37). Razón por la que después de una visita a la pendiente norte de esta serranía en enero del año 2006, le sugerimos a la Sra. Jayka Salzman de la Fundación Won-ken que sería de gran utilidad para Venezuela el poder establecer, con su ayuda, un centro de estudio para que un equipo multidisciplinario observara la biodiversidad de los organismos que se desarrollan en ese ambiente de la selva pluvial y también de selva nublada que tapiza la montaña, justo cerca de una roca que quedaba en la confluencia de dos ríos desconocidos. No obstante un año mas tarde y gracias a la extensa investigación bibliográfica que realizamos para ubicar cuales habrían sido los nombres de los ríos y de los picos que podíamos apreciar desde nuestro Campamento Base rodeado por “Siete cascadas encantadas”, supimos que esa roca "..tersa por la corriente secular de las aguas..." que había sido totalmente borrada de la memoria cartográfica, se había conocido 70 años atrás como "La Laja" y se encontraba situada en confluencia de los ríos Uei y Auká. Un lugar que había permanecido en un vacío cartográfico debido a que permaneció completamente desconocido hasta 1930 por razón de su aislamiento y la presencia de los agresivos indígenas "Guaicas", aunque después también fue un lugar muy temido por los indígenas Pemón que ahuyentaron a los "Guaicas" y que empezaron a considerar que los fuertes latigazos que se escuchan por la noche cuando algunos de estos saltos de agua se estrellan contra la paredes; era la prueba de que efectivamente los “Mawaritones” (los demonios) que habitan las caídas de agua, se ponían allí de acuerdo para que nunca olvidaran que los vigilaban permanentemente desde las cumbres de los tepuyes.
Nuestra primer contacto físico con esta selva pluvial, que se transforma en selva nublada y se va cargando de epífitas a medida que alcanza mayor altura en la pendiente norte de la Sierra de Lema, tuvo lugar en 1986 cuando vivíamos en una colina vecina al “km 88” (al sur de El Dorado) en la que ocupábamos una casa que nos había prestado el Ing. Bruno Nicoli dueño de la mina de caolín; ya que desde el tanque de agua que él había construido en forma de piscina, podíamos ver con frecuencia como aquella “muralla ciclópea” que ocupaba todo el horizonte, como explicó Matallana (44, p105), se cubría casi todas las tardes con unas nubes tormentosas que, al despejarse, dejaban ver como en medio de la selva lejana y extrañamente oscura, surgía la cinta resplandeciente de una cascada. Fué también durante una mañana de aquel año de 1986 cuando el Capitán Oswaldo Loreto nos invitó a viajar en su helicóptero para visitar este lugar que él llamaba "Non-merú" (La Tierra de las Cascadas), y lo ayudáramos a limpiar el rancho y la "pica" que se había propuesto construir con la ayuda de un viejo indígena llamado Tulio Figueroa para hacer un "mirador", y así recuperarse los fines de semana de la tensión que le provocaban los arriesgados vuelos en los que transportaba tambores de combustible hacia las minas de oro del rio Chikanán.
En la Sierra de Lema habría una cascada innombrable
Continuando con nuestro empeño inicial de encontrar alguna información que nos permitiera conocer cuales habrían sido los nombres indígenas para los saltos que se encuentran alrededor del Campamento de la Sierra de Lema, nos resultó una coincidencia casi mágica que, al regresar de una de nuestras infructuosas búsquedas por las computadoras de la Biblioteca Nacional, encontráramos justo sobre la mesa de la sala de nuestra casa un libro que nos permitió resolver con un golpe de página el acertijo sobre el origen de aquellos topónimos desconocidos. Este fue el libro sobre “Bromelias” que el Arquitecto y botánico Francisco Oliva-Esteva había publicado en el año 2000 (53), ya que en las páginas 44 y 45 mostraba las fotografías de las tres cascadas que él había visto cuando estuvo en la montaña con Oswaldo Loreto. Pero lo mejor de todo fue, que debajo de cada una de las fotografías había escritos los nombres “Uri-yuk”, “Auka” y “Mana Carabay” (¡esta última la cascada de la vagina según él!); que de inmediato reconocimos precisamente como las mismas que rodeaban al campamento de la Sierra de Lema. Llamamos por teléfono de inmediato al Arq. Oliva para conocer la procedencia de esos topónimos y este nos aseguró que él los había obtenido de un viejo indígena llamado Tulio que había encontrado en el lugar reparando el rancho, aunque este ya había fallecido. No obstante aquella respuesta resultó importantísima, aunque con cierta reserva sobre la manera como Oliva-Estevá habría transcrito las palabras que había escuchado pronunciadas en la lengua Pemón; porque al igual que ocurre con otras lenguas indígenas del tronco Caribe, esta contiene algunas vocales con sonidos que no pueden ser representadas mediante los fonemas de nuestro alfabeto.
Para disipar las dudas me dediqué a revisar metódicamente el diccionario y la gramática de la Lengua Pemón que fueron publicados por Fray Cesáreo de Armellada un poco mas de 60 años antes (# 3 y 4), asi como en una reedición de ese mismo trabajo que fue publicado en 1981 (7); porque probablemente allí encontraría el significado de cualquier palabra de la lengua Pemón cuya pronunciación hubiese sido escrita como Uri-yuk, o Auká, o como esa supuesta palabra anatómica “Mana Carabay” que hacía sonreír pícaramente a nuestro amigo arquitecto y botánico.
Este diccionario de la lengua Pemón había sido recopilado, analizado e impreso por el mismo misionero Armellada que habíamos conocido en la misión de Kamarata, cuando en 1978 habíamos decidido emplear un helicóptero para colectar plantas y animales nuevos de los tepuyes junto con Julian Steyermark, Roy McDiarmid, Volkmar Vareschi, Santosh Ghosh, Leopoldo García, Edgar Cherubini y muchos otros que ya se encuentran en la historia (12). El contenido de los libros de Armellada resultaron ser para nosotros una fuente de información muy rica desde el punto de vista Geográfico, porque gracias a su magnifico glosario pudimos comprender mejor el significado de muchos de los topónimos derivados de plantas y animales que solo se encuentran en la Gran Sabana y cuya pronunciación hasta ese momento nos había resultado como un revoltillo de letras que invariablemente terminaban en acento agudo. (Esto a pesar de tener el oído acostumbrado a las lenguas del tronco Caribe porque desde el año 1961 hablábamos la lengua Yek´wana (Makiritare).
Debido a lo curioso del nombre que más nos había impresionado, apenas abrí el diccionario fui directamente a la página donde debía encontrarse la palabra “Mana Carabay”, para dilucidar de una vez por todas si realmente ese habría sido el nombre que los Pemón le daban a la parte pudenda femenina. Pero la palabra mas cercana que encontré atesorada en esas páginas amarillentas quizás censuradas fue: “Maná-k”, que si bien resultaba bastante parecida a la primera mitad de "Mana K-arabai"; esta correspondía a otro lugar anatómico prominente como lo es el pecho de una mujer o la ubre de las vacas, ya que “Manak-kre” resultó ser “La Colina de los Pechos” (5 p.172), que fue el cerro donde quedó fundada Santa Elena de Uairén el 28 de abril de 1931; después que los misioneros Capuchinos o Lucas Fernandez Peña (hay allí una discrepancia histórica), se anotaron un éxito político al desalojar de allí a unos misioneros protestantes que provenían de la Guayana Inglesa y del Brasil.
Cuando después nos fuimos directamente a la palabra buscada pero en lengua castellana, nos encontramos que nuestro fraile amigo no había sometido su diccionario a censura alguna como habíamos pensado, porque la palabra vagina aparecía traducida, según como se la mirara, como “Saí” y “Puí”; que desde luego en nada se parecía a la palabra “Mana Carabay” que había apuntado el botánico en su libro sobre las piñas. En consecuencia, estimé que aquel indígena Tulio, el guardián del rancho a quien ya no se le podría consultar, seguramente le habría confiado a nuestro amigo botánico alguna intimidad resultante de la soledad y la ansiedad que habría sentido después de muchas semanas de aislamiento en este lugar, al contemplar la cascada que brotaba por una sugestiva hendidura que está ubicada justo en la parte mas alta de una pared vertical de cuarcita que se puede apreciar al Norte de nuestro campamento en "La Laja".
Me permito contar de manera confidencial, algo bastante coincidencial con lo que supusimos le habría ocurrido al indígena, pero que resultó bastante más preocupante para nosotros porque ocurrió durante el segundo día de estar viendo esta cascada desde nuestro Campamento Base situado en medio de la selva; ya que esa misma asociación sobre el origen del supuesto nombre y el salto que salía de aquella grieta le surgió espontáneamente a un pintor que nos acompañaba y que por razón de respeto identificaremos solamente con el remoquete de “Nacho Libre”, debido a la semejanza que tiene con un popular y bigotudo luchador mejicano que se viste con una capa de satén rojo cada vez que sube al cuadrilátero.
Una montaña nos permitió encontrar el nombre de las otras cascadas
Descartado ya el topónimo de origen anatómico para identificar esa primera cascada, nos dedicamos a buscar encontrar el significado de los otros nombres que aparecían en uno de los libros donde aparecían relatadas cronológicamente las actividades de las Misiones Capuchinas en el Alto Caroní hasta en año 1949 (5, p143); ya que allí había un relato del Misionero Baltasar de Matallana, el mismo que había dado el 7 de julio 1937 aquella importante conferencia sobre sus exploraciones por la región de la Gran Sabana en la sede de la Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales. Ya que allí se informaba como este misionero había atravesado a pie la Sierra de Lema en 1934 y después había publicado un libro (agotado desde hace muchos años), en el que relataba los pormenores de su experiencia como sobreviviente de un accidente aéreo en el que habían muerto varios de los pasajeros que lo acompañaban cuando el avión Fairchild piloteado por el Cap. Jorge Marcano se había precipitado a tierra en la selva al pie de la Serranía de Lema (44, p227). Ambos escritos me resultaron sumamente útiles para ubicar histórica y geográficamente este lugar que explorábamos, aunque verdaderamente fue al revisar minuciosamente el "Cróquis" que el misionero había dado a conocer ese dia de su conferencia (43), cuando finalmente aprendimos que el Cerro donde se encuentra la sugestiva cascada no se llamaba Mana Carabay como había registrado Oliva Esteva, sino que se conoció como “Manakauarái-tepui, aunque también aparece escrito en otra página como “Manakavarái" (44, p.105 y 115).
Pero lo que nos resultó una verdadera revelación en cuanto a la habilidad narrativa y la erudición con la que respalda su escrito este Misionero Matallana fue que, además de adornar de manera excepcionalmente emotiva su prosa, lograba explicar con una precisión topográfica abrumadora algunos aspectos de esa geografía que solo después de muchos viajes pudimos apreciar a cabalidad y que ahora se nos hace inevitable que, al leer esta prosa, nos sintamos perfectamente ubicados en ese espacio que aprendimos a sentir íntimamente familiar a pesar de que por su lejanía y hermetismo selvático al principio pensáramos que había sido hollado poco antes de nuestras visitas con helicóptero en 1986.
Por lo antes expuesto, pienso que la mejor manera de honrar los recuerdos legados por este misionero explorador es que compartamos a continuación unas líneas de su maravillosa prosa, porque a pesar de que estas líneas fueron escritas hace mas de setenta años, sus frases son a la vez presentes y perennes que a pesar de la distancia y el tiempo transcurrido, nos ha permitido sentir su compañía. E igualmente porque, gracias a estos senderos abiertos por su abundante prosa, es como hemos podido seguir el rastro que fue dejando por los lugares que él contempló durante sus ascensos casi místicos por la ladera de esta montaña:
Por lo que después de esta detallada explicación del misionero explorador logramos identificar plenamente la montaña puntiaguda que se encuentra justo al Norte del campamento, y que resulta ineludible cuando uno disfruta del paisaje quebrado por el horizonte del norte, porque allí vemos hacia nuestro lado izquierdo el Uei-tepui (*) (La Torre), y hacia nuestro lado derecho el cerro “Manakauarái-tepui” donde se encuentra la grieta por la que emerge la cascada evocadora. Esa que las nubes, el viento y la posición del sol hacen cambiar de color y sonido constantemente.
“Uri-yuk” es el nombre del Segundo salto
Oliva escribió la palabra “Uri-yuk” para identificar el mayor salto que tiene el rio que pasa por el campamento y que ahora sabemos que es el rio Uei (Wei), aunque también ha sido conocido en la actualidad como Buey (18, p166) y también Huey (41, p18). Pero si resultara que “Uri-yúk” fuese la pronunciación correcta, esta pudiera corresponder por su similitud fonética con la palabra Pemón “Ueri yú” o “Weri-yú” (4, p170 y 7, p224), que es el nombre aplicado por estos indígenas a las areas cubiertas por una hierba fina que crece en espacios abiertos. Por otra parte, la palabra “Ure-ú”, que también se le parece fonéticamente corresponde al verbo para la acción de embadurnarse o untarse (con resinas). Otra palabra parecida sería: “Kuri-yék” (7, p112), que es el nombre para el árbol de “Algarrobo” (Hymenea courbaril), cuya madera es extremadamente dura y produce una resina aromática con el color del ámbar que cristaliza y sirve para embadurnarse o para quemarla y perfumar con el olor del incienso un ambiente. Además es importante alimento porque su fruto, que luce como una legumbre de corteza muy gruesa, contiene unas semillas rojizas rodeadas por un polvo comestible y de buen sabor, aunque aquellos que nos están acostumbrados a su olor lo rechazan porque les recuerda al del queso Camembert añejado.
También pudiera ocurrir que el nombre de esa cascada, que como explicamos Oliva la escribe como “Uri-yuk”, tuviese su origen en la palabra “Yuri-yek” (7, p236) que identifica a un árbol muy distinto a todos por tener su corteza amarilla y pulida y pertenecer la familia de las Rubiaceas. Un árbol que se puede ver creciendo justo a la entrada del campamento, por lo que seguramente también crece también al pié de ese salto. Además esta palabra tiene antecedentes geográficos porque fue empleada como topónimo para un raudal y un pueblo que se encuentra aguas abajo de Canaima; por lo que “Yuri-yek-merú podría significar: “El Salto donde abunda el árbol amarillo”. Pero como ocurre que nosotros ya hemos explorado la base de este salto, creemos que la palabra “Uri-yuk” (meru = cascada) sería la mas acertada, ya que si se tradujera como: “El Salto de la hierba fina”; describiría el suelo cubierto por una ciperacea de color verde claro que crece junto a una orquídeas del género Fragmipedium sp. que parece una zapatilla..
La cascada más brillante
El último nombre que nos quedaba por confirmar o conocer, es el que corresponde a la tercera cascada, que es la que se encuentra mas cerca del campamento. Este nombre no lo encontramos en el diccionario Pemón del año 1944, pero si creemos haberlo encontrado en la reimpresión corregida y aumentada de este libro (7 p.23). Este salto corresponde al que Oliva-Esteva identificó como “Auká” y es la que consideramos como la cascada más hermosa y notable del área, además de ser el lugar donde Javier Mesa y antes José Miguel Pérez estuvieron contemplando a unos “Gallitos de la Roca” (Rupicola rupicola) ejecutando su extraordinario baile de cortejo en medio de un área despejada de vegetación que se emplean como la “arena” de circo y que es conocido por los ornitólogos y observadores de aves cómo un “LEK”. En este espacio es donde los machos realizan su despliegue de poses y plumas para tratar de llamar la atención de las hembras de plumaje gris olivo opaco y que allí se mantienen atentas para elegir a los más diestros bailarines con cresta de plumaje anaranjado encendido.
Pero la palabra “Auká” (con el acento agudo) equivale en lengua Pemón a luz, a brillo y también a “resplandor”. Por lo que podríamos decir que “Auká-merú, equivaldría a “La Cascada brillante”; y este si que podría ser el nombre que le corresponde debido a que, como la pared la montaña por donde cae el agua enfrenta al Este y está formada por unos estratos de roca de cuarcita vítrea de unos 100 metros de altura, apenas amanece esa roca mojada resplandece y a la distancia luce como si fuera una cinta de luz que resalta en medio de la oscura vegetación que cubre la muralla de la Sierra de Lema; tal como lo apreciábamos desde la casa que ocupábamos en el ”Km 88” durante algunas mañanas despejadas.
El Cerro Supamo y el extremo Noroeste
Para terminar con la idea de como se continúa la Sierra de Lema hacia el poniente, debemos considerar que la otra rama de la horqueta que hace de margen norte al rio Carrao a partir del Ptari-tepui, se dirige hacia el Noroeste es la que materializa la cresta que separa las cuencas de los ríos Cuyuni y Caroní al Oeste de Lema, y consideramos que debería llamarse "Serranía del Supamo" porque a partir de 1805 los mapas la mencionan como "Serranía Usupama" y porque como la hemos sobrevolado en numerosas oporunidades, sabemos que es una región montañosa formada por mesetas de arenisca imbricadas muy difíciles de definir y totalmente inexploradas, aunque a mitad de esta Serranía del Supamo algunos mapas dejan caer el nombre de un supuesto "Cerro Walichi" que nadie conoce. Sin embargo, si conocemos bien el extremo Oeste de esta Serranía que se encuentra representada por dos mesetas de arenisca de 700m de altitud y conocidas localmente como el Cerro Santa Rosa y el Cerro Supamo.
El Cerro Santa Rosa se aprecia en la imagen de radar como un tepuy de superficie casi cuadrada con 5 km de lado (casi tan grande como el Roraima), que dá orígen por su flanco Sur al rio Parapapoy (afluente del Caroni) y por su escarpa Norte a la quebrada Santa Rosa, que desemboca en rio Guarichito y este a su vez es afluente del río Supamo, cuyas aguas por vía del rio Yuruán van hacia el rio Cuyuni. La última de las mesetas de esta divisoria de aguas descomunal es el tepui llamado Cerro Supamo situado situada a unos pocos kilómetros al Norte de Cerro Santa Rosa, pero que tiene el doble de tamaño que este y su perímetro aparenta la forma de una mariposa con las alas abiertas. La escarpa Norte del Cerro Supamo tiene un picacho que los mineros que transitan por el rio Supamo en su tránsito hacia las minas de Parapapoi lo llaman “La Piedra del Supamo”, y por un lado de este promontorio (que posiblemente correspondería a los acantilados que observaron los hombres de Ralegh cuando efectivamente encontraron allí el oro que mostraron a la reina Isabel) surge la quebrada "De La Sangre" , nombrada así por o inusual del color del agua que se precipita con una hermosa cascada al "Pozo de la Navias", que fue donde encontramos en forma abundante una nueva especie de este género de bromelias (llamada equivocadamente Navia arida por Oliva), y que al igual que las nacientes del rio Parapapoy donde encontré el escorpión Tityus breweri que fue identificado con nuestro nombre (30); fueron exploradas varias veces por nosotros durante la decada del 1990 acompañados por José Miguel Pérez (Joe) y mi hijo Charles Brewer Capriles (Chayo) y después por el hepetólogo Cesar Barrio también encontró allí varias nuevas especies de lagartos (10) y (11).
Aunque ya ha transcurrido cierto tiempo desde que hicimos esas exploraciones, quiero aprovechar estas líneas para dejar constancia que durante estas exploraciones que hicimos en los tepuyes Cerro Santa Rosa y Cerro Supamo, contamos con el apoyo de los concesionarios mineros que intentaban desarrollar de una manera racional unas concesiones mineras llamadas El Triunfo III y IV ubicadas al Este del Cerro Santa Rosa, y asimismo agradecer el apoyo brindado por los Sres. Freddy Mendoza y José Miguel Pérez, quienes eran los gerentes del lugar y guardaban un respeto reverencial por el ecosistema. No obstante podemos agregar como una información de importancia económica para explicar el fracaso de la minería racional en la región, que debido a la burocracia estatal y a la indolencia y complicidad de la Guardia Nacional, todas esas concesiones asignadas para su estudio por el Estado, fueron después desvalijadas e invadidas por mineros libres (garimpeiros), cuando se percataron que los concesionarios legales no lograron materializar los permisos que solicitaron al Ministerio de Minas y al Ministerio del Ambiente a lo largo 20 años, para así desarrollar de una manera racional y ecológica la explotación de las Rocas Verdes y las vetas auríferas que con grandes inversiones habían logrado ubicar debajo de la explanada que separa al Cerro Santa Rosa del Cerro Supamo.
Para concluir con la geografía de esta región que ahora empezará a descubrirse, cabe mencionar que un poco mas al Noroeste del Cerro Supamo, lo que sería la estribación norte de la gran divisoria de aguas se dirige hacia el extremo Norte de la represa del Guri, hasta un lugar que cercano de la confluencia del rio Caroní y el Paragua. Y este lugar es tan bajo que cuando el Lago artificial formado por el rio Caroní alcanzó el nivel deseado, se tuvieron que levantar algunos muros de contención para impedir que parte del agua retenida se derramara hacia el rio Esequibo por vía de algunos de los afluentes que forman parte de la cuenca del rio Cuyuni.
En cuanto a la biodiversidad que encontramos en esta región montañosa que constituye el límite norte de la altiplanicie de la Gran Sabana en el extremo sureste de Venezuela, puede considerarse que esta montaña representa una unidad biogeográfica única y afortunada que ha permanecido casi completamente libre de la intervención humana; quizás debido a la razón que se expresa mediante el conocido proverbio minero de que “el oro solamente se encuentra donde él está”; ya que esta serranía prístina se encuentra contigua a una región donde las condiciones geológicas y la mas completa desidia gubernamental local y nacional, permitió que se instalara en el valle del rio Cuyuni una minería de rapiña carente de todo control ambiental, social o legal, que puede hace peligrar la gran biodiversidad que hemos observado en esta región en la que unas condiciones hidrográficas, meteorológicas, geológicas, y edáficas excepcionales, parecen ser los factores responsables de la presencia de planta y animales nuevos, por lo que si no se protegen, podrían llegar a extinguirse antes de haber sido conocidos por el hombre.
Debido a esto fue que cuando fuimos invitados por la Fundación Won-Ken para que instaláramos un campamento en el río Uei, sabíamos que sería una gran oportunidad para hacer una publicación donde pudiéramos compartir con el mundo algunas imágenes que ya no quedarían solamente guardadas en nuestras finitas mentes o en esos imanes que tienen las cámaras digitales que pueden desaparecer en un instante.
También sabíamos que el esfuerzo por realizar un inventario inicial sobre la biodiversidad que encontramos en este lugar sería solo como abrir una puerta, ya que el estudio que iniciábamos como equipo tendría que ser continuado por nosotros mismos y muchos otros especialistas que tendrían que trabajar en esta región durante años; por lo que nuestra intención con esta publicación donde compartimos una parte de lo que hemos hallado alrededor de este lugar que ahora sabemos que se conoció en los primeros años de la década de 1930 como "La Laja" (44, p 114), es la de informar a quienes les corresponda la responsabilidad de proteger este lugar. Aunque sus aguas no tengan al valor hidroeléctrico de aquéllas que se dirigen hacia la represa del Guri, porque este lugar debe ser considerado como de interés común para la Humanidad, si atendemos a lo que se sugirió en la Convención sobre la Diversidad Biológica de la Naciones Unidas que entró en vigor para todos los países a partir de 1993. (74)
Lo que nos hace descubridores
Descubrir es rescatar para el futuro lo que había estado guardado por el tiempo. Es ofrecer conocimientos de lo que nunca hubo memoria. Descubrir es darle forma a lo que nadie vio antes, abrir caminos donde nadie estuvo y volver con un botín de ilusiones para compartir, porque no hay descubrimientos sin hombres que los comprendan.
Volveremos a explorar la Sierra de Lema y la del Supamo, y nuestras ansias por encontrar espacios nunca hollados nos llevará hasta la cumbre del Cerro Walichi, que no sabemos donde está, aunque lo hayamos visto cuadrar la línea del horizonte en lontananza. También volveremos a las nacientes del rio Parapapoy sobre el Cerro Santa Rosa tantas veces como sea necesario y desde su cumbre recorreremos los infinitos caminos de esta divisoria de aguas donde se esconden los tesoros biológicos que buscamos afanosamente. Tan solo por la alegría conque nos llena el espíritu el develarlos y porque su hallazgo nos asegura trascender a nuestro tiempo.
Prepararemos bien los techos para cobijarnos lejos de las grandes ramas cuando haya vientos y tempestades, buscaremos los aleros de roca cuando enfrentemos escarpas empinadas y caminaremos solamente con las medias sobre rocas resbalosas deteniéndonos apenas oigamos alguna rama seca romperse en el piso de la selva; porque en todos esos lugares acecha Canaima, el Orosha de los Makiritares que contrae el aliento para no resollar cuando pasa cerca de las hamacas en las noches más lúgubres. Cosas estas que no existen para muchos, pero que en esta Sierra de Lema son verdades para los que saben leer sus mensajes. Pero regresaremos sin miedo a estas mansiones que son las selvas donde hemos pasado los mejores años, para seguir compartiendo con seres primigenios y aún desconocidos las risas que hemos oído entre las cascadas, el ámbar que filtran sus aguas negras cuando hemos visto el cielo desde su fondo; siguiendo las picas de los dantos que se abren bajo los árboles como túneles de hojas y siguiendo de puntillas las hadas que vuelan imitando mariposas inalcanzables. También de las noches recordaremos las hojas que en el cenith tapan las estrellas y en nadir de nuestra hamaca las luces que refulgen en el suelo durante las noches más oscuras; porque todos estos son signos de las vidas que va paralelas a las nuestras en nuestro tiempo, y donde tan solo con voltear aquí o allá nos dejan entrar en contacto con aquello que aún se desconoce y nos hace ser descubridores.
Por: Charles Brewer-Carías
charlesbrewercarias@gmail.com
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