Por:
Esperanza Amaya
Al hilo del testimonio que publicaba El País a principios de agosto sobre
cómo se hacen los vertidos, por desgracia, en muchos lugares y su mención final a las dioxinas, me encontré con ganas de conocer un poco más sobre éstos compuestos. Entre la población general son conocidas por algunos sonados casos de
contaminaciones alimentarias, pero ¿tan perjudiciales son? ¿Qué saben los científicos e investigadores sobre ellas y sus efectos?
Para empezar, son un grupo de subproductos no deseados resultado de la combustión de compuestos clorados. Aunque pueden producirse de forma natural (en erupciones o incendios), la mayor parte se genera en incineradoras de residuos, emisiones de vehículos y combustión de carbón, turba y madera.
Tal y como cumplen todos los
COP, son compuestos de formulación orgánica, persistentes, que se bioacumulan y biomagnifican en la cadena alimentaria debido a su liposolubilidad.
Su toxicidad es diversa, estando algunas de ellas catalogadas como carcinogénicas por la IARC (
grupo 1: “Se dispone de elementos suficientes para establecer la existencia de una relación causa/efecto entre la exposición del hombre a tales sustancias y la aparición del cáncer.”). Esta categorización ha podido establecerse porque se han realizado ya muchos estudios poblacionales, debido al alto número de trabajadores expuestos en la manufactura de
PCBs y pesticidas basados en triclorofenol. Así mismo, el
Agente Naranja utilizado en la Guerra de Vietnam contenía pequeñas cantidades de un tipo de dioxina. En estas poblaciones expuestas a altas concentraciones (así como en estudios en animales) pudieron observarse efectos como lesiones dérmicas (cloracné), enfermedades hepáticas, problemas tiroideos, neurotoxicidad y enfermedades cardiovasculares y metabólicas.
Sabiendo esto, ¿cuál es la situación actual para la población general? ¿Estamos realmente expuestos, o es una alarma sin base científica?
La EPA
estima que casi todas las personas han estado en algún momento expuestas a dioxinas. El efecto dependerá del nivel de exposición, el momento de la vida en el que el individuo lo estuvo, durante cuánto tiempo y con qué frecuencia se vio expuesto.
En población general la exposición es menor que la observada en grupos ocupacionalmente expuestos, al encontrarse concentraciones de dioxinas mucho más bajas en las fuentes habituales (alimentos, aire, agua, suelo). Por ello, encontrar un efecto de la exposición es más complicado, y requiere de modelos matemáticos que extrapolen el riesgo a dosis menores de las que se relacionan con efecto adverso.
Tras probar la toxicidad de estos compuestos, se han llevado a cabo campañas para la reducción de su producción, de tal manera que los valores de dioxinas llevan varias décadas
disminuyendo, tanto en el medio ambiente como en la población general, y se espera que continúen esa tendencia. De hecho, en los estudios de
ingesta de dioxinas a partir de una dieta variada ya se observa esta misma disminución.
Esta reducción de la exposición es una de las bases del
Convenio de Estocolmo sobre los COP, que se extendió inicialmente a la conocida como “
docena sucia” para acabar abarcando más contaminantes. La Unión Europea intenta con ello eliminar los tóxicos que afectan tanto a la salud humana como al medio ambiente conforme aumentan los estudios y el conocimiento sobre las sustancias que nos rodean.