Por HealthDay News
Introducir una mascota al hogar de un niño autista podría ayudar al niño a desarrollar unas mejores conductas sociales, reveló una investigación reciente.
El estudio, de investigadores franceses, es la primera evidencia científica sólida de que los animales podrían ayudar a fomentar las habilidades sociales en los autistas, pero también refuerza algo que los médicos han escuchado de forma anecdótica durante años.
“Los padres nos dicen mucho que tener una mascota o interactuar con un animal realmente ayuda en la conducta social de sus hijos, pero hasta ahora no había un estudio que lo hubiera observado de forma científica”, planteó Alycia Halladay, directora de investigación ambiental de Autism Speaks. “Esto ofrece algo de evidencia interesante para confirmar lo que los padres han venido diciendo”.
Halladay no participó en el estudio, que aparece en la edición en línea del 1 de agosto de la revista PLoS ONE.
Los problemas de comunicación son una de las características del autismo, y las estrategias para combatirlos son esenciales en la terapia para el trastorno.
Según Halladay, algunas personas autistas usan perros de servicio, pero por lo general para abordar algún impedimento específico, como problemas con la coordinación motora o la pérdida auditiva, pero todavía no para las habilidades sociales.
Estudios anteriores han verificado que tener una mascota en casa realmente mejora la vinculación familiar, y puede mejorar las habilidades sociales de un niño no autista a medida que aprende a compartir con la mascota y cuidarla.
Para ver si las mascotas podrían tener el mismo efecto en los niños autistas, los autores del estudio compararon las interacciones sociales de los niños (según reportaban los padres de niños con autismo) en tres ambientes distintos: hogares donde nunca había habido una mascota, hogares que habían tenido una mascota desde el nacimiento del niño y hogares que habían adquirido una mascota después de que el niño cumpliera los cinco años.
Participaron un total de 260 niños autistas, y los investigadores estaban más interesados en las interacciones sociales cuando el niño tenía 4 o 5 años, porque con frecuencia los impedimentos sociales llegan a su punto máximo a esa edad.
De 36 medidas, los participantes que habían adquirido una mascota tras el nacimiento puntuaron más alto en las dos categorías de “ofrecerse a compartir” y “ofrecer consuelo” tras tener una mascota durante unos cuantos años.
No hubo una relación entre el coeficiente intelectual de un individuo y el impacto de la mascota, lo que llevó a los autores a concluir que “los beneficios que los animales podrían tener sobre los individuos autistas no parecen relacionarse con la gravedad del trastorno”, señaló la autora del estudio, Marine Grandgeorge, asociada clínica de investigación del Centro de Recursos para el Autismo del Hospital Académico de Brest, en Francia.
Las mascotas podrían fomentar la conducta prosocial al funcionar como “distractores”, sugirió Grandgeorge.
“Cuando un humano está en una situación estresante, una mascota parece distraerle de los estímulos (productores de ansiedad)”, explicó.
Otra posibilidad es que la mascota podría ayudar al niño a aprender la forma de interpretar las señales y claves de comunicación, permitiéndole ajustar su conducta, añadió.
En cuanto a por qué introducir una mascota más adelante en la vida tendría el mayor efecto, una explicación posible es que “la llegada de la mascota fortalece la cohesión familiar”, planteó Grandgeorge. “La mayoría de familias que adquieren una mascota experimentan un aumento en la cantidad y calidad del tiempo que pasan juntos, y se sienten más felices tras la llegada de la mascota. Este nuevo estado de ánimo podría tener efectos positivos sobre los individuos autistas”.
Pero los hallazgos positivos de este pequeño estudio no necesariamente son motivo para salir a comprar o adoptar una mascota, dado que la estrategia podría resultar contraproducente, advirtió Grandgeorge.
“Anecdóticamente, observé a un niño que se enfoca todo el tiempo en su gato. (Tenía) que saber dónde estaba, qué hacía todo el tiempo, creaba rituales con el gato (y) separarse (del) animal era una fuente de ansiedad”, comentó Grandgeorge. “Toda la familia, incluso el gato, estaba tensa con la situación”.
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