PorMATÍAS LONGONI
Promete traer a la Argentina semillas de maíz tolerantes a la sequía y otros desarrollos.
Quizás haya pasado desapercibido para la mayoría de los argentinos el relanzamiento de una de las principales alianzas estratégicas que mantiene la Argentina en su política internacional: es aquella que 15 años atrás la colocó como un país líder en la adopción de biotecnología agrícola, casi a la par de EE.UU. Pero aquí, en el corazón agrícola estadounidense, muchos notaron y festejaron la decisión del gobierno de Cristina Kirchner de autorizar a Monsanto a comercializar una segunda generación de su soja transgénica, bautizada Intacta RR2 Pro. Todos, empezando por el mexicano Jesús Madraza, que con 42 años es el responsable de los negocios de la empresa en el mundo.
“Las señales que hemos visto recientemente del gobierno argentino han sido muy contundentes y muy claras . La Argentina ha sido amigable con esta tecnología desde el principio y ahora está nuevamente tomando las medidas necesarias”, dijo el ejecutivo en ese lenguaje críptico de la diplomacia. Pero fue una declaración contundente, con la que Monsanto (la empresa que inventó el primer cultivo transgénico en 1995, la soja RR que hoy rebalsa en el campo argentino) celebró que el kircherismo haya vuelto a imprimirle velocidad a la carrera biotecnología, luego de decidir enfrentar a la compañía en los tribunales europeos a mediados de la década pasada.
Pablo Vaquero, vicepresidente de la empresa en la Argentina y quien acompaña a un grupo de periodistas invitados por Monsanto a visitar su sede en los EE.UU., reconoció que la pipa de la paz se fumó en la reunión que mantuvieron con Cristina Kirchner a fines de junio pasado. Después de eso el Ministerio de Agricultura apuró el tranco y, días atrás, le dio el visto bueno a Monsanto. Aunque la aceleración había empezado algo antes: luego de un visible parate, en los dos últimos años el Ministerio de Agricultura aprobó 10 de los 27 cultivos modificados genéticamente que tiene el país.
“Hubo un momento de lucidez y alguien dijo ‘nos estamos quedando atras’ ”, evaluó Madrazo respecto del entendimiento entre la Argentina y la compañía. El pacto incluye una serie de inversiones de Monsanto, en especial una planta productora de semillas de maíz en Córdoba, que costara US$ 300 millones. También la reanudación de las operaciones de la firma en el negocio de la semilla de soja, que había abandonado en 2003.
Pero de los viejos enconos no se sale sin recelos. Y el alto directivo de Monsanto los mostró al remarcar que ahora el “desafío” para la Argentina “es mostrar que sus acciones son consistentes y haya previsibilidad en ese esfuerzo”. En otras palabras, Madrazo pidió que la política doméstica no vuelva a meter la cola y altere el destino que, según Monsanto y el sector, parece tener el país: aportar al alza de la producción mundial de granos.
En el Farm Progress Show, la muestra agropecuaria estadounidense que inspiró la argentina Expoagro, ayer el principal investigador de Monsanto (la segunda empleadora de científicos en EEUU, después de la NASA), Robb Fraley, enumeró los eventos transgénicos que están en la gatera y podrían lanzarse en la Argentina, siempre y cuando se asegure la “previsibilidad” que reclaman Monsanto y el resto de la industria semillera: los más cercanos parecen ser un maíz con tolerancia a la sequía, que este año ya se esta probando en este país y una soja que resistirá al herbicida Dicamba, además de al tradicional glifosato.
“Será esta tecnología y no otra cosa la que nos permitirá duplicar los rendimientos de los cultivos”, enfatizo Fraley con tono de evangelista. Monsanto está empeñada a llegar al 2030 con cultivos de soja que promedien 5 toneladas por hectárea y con maíces que rindan 22 toneladas en una media planetaria. Y creen aquí que la Argentina será un actor central de esa partida.
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