Por Guido Rodríguez Alcalá
¿Se puede privatizar la naturaleza? Sí, se la puede privatizar. El campesino que compra semillas de una planta transgénica (algodón, soja, maíz, etcétera), debe pagar regalías (derecho de propiedad) por tiempo indefinido. Tradicionalmente, el campesino pagaba una sola vez por las semillas, cuando las compraba. Al cosechar, se guardaba las semillas producidas por las plantas, y así tenía semillas para largo rato.
Ahora las cosas han cambiado. Las empresas dedicadas a la ingeniería genética, como Monsanto, tienen derechos de propiedad sobre los organismos genéticamente modificados (GM). Cada vez que utilicen semillas GM, los agricultores deben pagarle regalías, lo que en Brasil llaman el "impuesto Monsanto", y que es materia de una cuestión judicial ganada por los agricultores, hasta el momento.
Ahora bien, ¿qué pasa si un agricultor no cultiva ni quiere cultivar plantas GM, pero en su campo hay plantas de esas? El viento, los insectos y los pájaros pueden llevar polen y semillas GM a donde no se las quiere. El polen de la colza GM puede viajar 800 metros, según un estudio realizado por el Ministerio de Agricultura del Canadá. No importa que se quiera o no se quiera; las regalías de las empresas son sagradas.
Esto declaró un tribunal de Saskatoon (Canadá), el 29 de marzo de 2001. Si un agricultor tiene en su campo plantas GM, aunque no las haya plantado, aunque eso se deba a las semillas o al polen de un campo vecino llevado por el viento, los insectos o los pájaros, el agricultor es culpable de violar los derechos de propiedad de la empresa; en este caso, de Monsanto. Monsanto demandó al granjero Percy Schmeiser, del pueblo llamado Bruno (Canadá) porque tenía en su campo colza transgénica en 1999. Schmeiser alegó que él nunca la plantó, y que llegó de los campos vecinos, porque se extiende como un auténtico yuyo.
No le valió de mucho. El 21 de mayo de 2004, el Tribunal Supremo del Canadá confirmó el fallo de primera instancia. Sin embargo, el asunto se había convertido ya en un escándalo internacional, y por eso el Tribunal le perdonó a Schmeiser el pago de indemnización y gastos judiciales a Monsanto. Se llegó a una especie de empate técnico, porque Schmeiser era un hombre combativo, inteligente y contó con el apoyo de otros agricultores. Así pudo pagar el largo juicio, que le costó cerca de 400.000 dólares.
El caso de Schmeiser fue una excepción; en casi todos los casos, los agricultores prefirieron transar, para evitarse un largo juicio y la posibilidad de perder. La empresa tiene un presupuesto de 10 millones de dólares para pleitos, y 75 abogados propios para pleitear. No sé cuántos abogados tiene en el Paraguay, donde las coimas son mucho más baratas, y podemos quedar en manos de unos privatizadores de la naturaleza.
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