Por: http://www.rumbosdelperu.com/
La caoba se está extinguiendo sin remedio, y con ella los últimos grupos de indígenas no contactados y varias especies de animales, gracias a la complicidad de las autoridades responsables de control forestal con las mafias madereras.
Escribe: José Álvarez Alonso
Fotos:
Las últimas centenarias y nobles caobas, algunas de las cuales fueron testigos probablemente del paso de los primeros europeos por el río Amazonas hace ya cuatro siglos y medio, están hoy cayendo abatidas bajo la inmisericorde golpe de las motosierras en los últimos confines de la selva peruana. Junto con la caoba, están desapareciendo también otras especies de animales en peligro, muy vulnerables a la caza o alteración del hábitat, y los últimos pueblos indígenas en aislamiento voluntario (también conocidos como “no contactados”) que todavía sobreviven en la Amazonía peruana. Efectivamente, los lugares donde todavía quedan algunos manchales de caoba frecuentemente coinciden con los últimos refugios de especies amenazadas como maquisapa, armadillo gigante, sachavaca, paujil o grandes loros, las que han sido ya exterminadas de gran parte de los bosques accesibles desde los grandes ríos amazónicos. Estos animales, y otros menos vulnerables como sajino, venado o majás, son cazados por los extractores ilegales de caoba no sólo con fines de subsistencia, sino para complementar sus ingresos vendiéndolos como carne de monte en las ciudades.
Estos lugares también coinciden con los territorios de los últimos grupos indígenas en aislamiento voluntario que quedan en el Perú. Hasta hace poco se habían librado de la intervención humana, aunque reducidos a unos pequeños bolsones de bosques casi inaccesibles. Hoy, sin embargo, hasta estos sus últimos reductos están invadidos por los extractores de caoba, frecuentemente asociados con narcotraficantes, sobre todo en las cabeceras de los ríos Curaray, Arabela y Pucacuro, en la frontera con Ecuador, en las cabeceras del Yavarí y el Tapiche, en la frontera con Brasil, en Biabo (Cordillera Azul), y otras áreas colindantes con Brasil, como Sierra del Divisor (cabeceras de los ríos Callería, Shesha y otros), en el alto Purús, y en el alto Río de las Piedras, por mencionar algunos lugares donde la extracción ilegal de caoba “cuartoneada” (aserrada en cuartones con motosierra) es intensa.
Foto: Heinz Plengue
Genocidio anunciado
Podemos imaginarnos el tremendo impacto que para estos indígenas, sumamente tímidos y vulnerables a enfermedades transmitidas por la civilización occidental, puede tener la invasión de sus territorios por madereros. No sólo existe el riesgo real de conflictos directos con los ilegales (hay testimonios de enfrentamientos en varios lugares), y de transmisión de enfermedades como el sarampión y la gripe ante las que no tienen defensas, sino que son forzados a desplazarse de sus tierras ancestrales hacia lugares ocupados por otras etnias o no tan adecuados para su modo de vida. Existen informes de enfrentamientos sangrientos de indígenas desplazados de Perú hacia Brasil con tribus de este país. Y aunque no huyan, tienen que sobrellevar el impacto sobre sus recursos: sus métodos primitivos de caza, para que sean efectivos, implican un estado de mansedumbre de los animales y de abundancia que desaparecen rápidamente cuando entran los madereros con sus escopetas y motosierras, haciendo ruido por todos lados, tumbando y tableando árboles, y disparando indiscriminadamente a los animales.
Un testigo de un campamento de indígenas no contactados en el alto Tapiche, aseguró que cerca de este asentamiento estaban operando extractores ilegales de caoba. Estos indígenas posiblemente no tienen ya adónde ir, pues sus territorios se reducen año tras año por la presión de los madereros, y tienen que quedarse eludiendo constantemente a los invasores y sus ruidosos artefactos, y buscando su subsistencia en un bosque cada vez más depredado.
Es increíble que estos últimos indígenas, herederos de las culturas milenarias que un día reinaron en el Amazonas, que han vivido miles de años en armonía con el medio natural, se ven ahora amenazados, en pleno siglo XXI, el siglo de la interculturalidad, la libertad y el respeto a los derechos humanos de las minorías, por unos grupúsculos de inescrupulosos extractores amparados por un sistema corrupto e ineficiente.
Foto: Heinz Plengue
Reguero de destrucción
Cuando la caoba es extraída con tractores forestales, el impacto es todavía mucho mayor que cuando es “cuartoneada” por motosierra. En un área de la Sierra de Contaya, en la frontera de Perú con Brasil, que tuve oportunidad de visitar, un maderero amparado con un permiso para 1000 ha., había estado extrayendo caoba de un área de no menos de 200,000 hectáreas. La carretera de penetración principal tenía más de 40 km. de longitud, y había sido “habilitada” para el paso de camiones pesados: es decir, entre 30 y 50 m. a cada lado de la pista había sido deforestado totalmente para permitir la penetración de los rayos del sol, de modo que el suelo se secase rápido luego de las lluvias y pudiesen pasar los camiones. La apertura de una vía de estas características implica, según estudios científicos muy serios, una barrera infranqueable para gran parte de los animales terrestres, incluyendo monos y muchas aves del sotobosque. A esto hay que añadir la alteración de los cursos de agua (represamiento de quebradas y turbidez por remoción de tierras), con tremendo impacto sobre las poblaciones de peces e invertebrados.
Aparte de esta carretera troncal, había cientos de km. adicionales de trochas de extracción abiertas por los tractores forestales hasta los troncos individuales de caoba. En total, cientos de hectáreas deforestadas y miles seriamente alteradas para extracción de unos cuantos de troncos. Un estudio calcula que por cada tronco de árbol extraído de forma mecanizada en un bosque tropical se destruyen más de mil árboles de todos los tamaños, aparte de otros impactos causados al bosque. Imaginemos la destrucción ocasionada por la extracción de esas caobas en Contaya.
Para el maderero citado, la extracción de la caoba fue un negocio redondo. Pagó unos derechos de aprovechamiento mínimos, unos sueldos de miseria a sus peones, y el resto fueron beneficios. Pero ¿quién paga los pasivos, ambientales y sociales, creados por la actividad? Si se evaluase estos pasivos como debe ser (incluyendo impactos a mediano y largo plazo), es más que seguro que la extracción de un tronco de caoba a través de kilómetros de pistas forestales no sea rentable para el país. Pero hoy día nadie tiene en cuenta estos costos, que serán pagados por los futuros peruanos, mientras los beneficios netos actuales se los reparten los madereros y los funcionarios corruptos que engordan a su costa. Así dilapidamos el patrimonio de los peruanos por venir.
Actualmente, más del 40% de los niños en la selva peruana padecen desnutrición crónica. En las cuencas de los ríos pequeños, donde normalmente se encuentra la caoba, la desnutrición justamente está asociada con la escasez de animales (cuya carne representa más del 50 ó 60% de la ingesta de proteína animal en estas zonas). Esta escasez de animales silvestres es causada a su vez por la sobre caza y la alteración del hábitat provocadas principalmente por los madereros. El drama del “bosque vacío” o desfaunado, desprovisto de animales, se está convirtiendo en una de las espadas de Damocles que penden sobre el futuro de la Amazonía, porque estos animales desaparecidos cumplen un rol importantísimo en el mantenimiento y regeneración del bosque, como dispersores y predadores de semillas y vegetación, sobre todo.
La increíble escala de valor de la caoba
Don Fernando Vilches, un indígena del orgulloso pueblo Jíbaro-Achuar (comunidad de Peruanito, en el alto río Corrientes) creyó que hacía el negocio de su vida cuando sacó a crédito de un maderero un motor peque-peque “chino” a pagar con 40 trozas de caoba. Después de largos meses de ardua labor, consiguió sacar a la boca de la quebrada Capirona las valiosas trozas, cada una de un promedio de entre 30 y 50 pulgadas de grosor. El maderero procedió a cubicar y “tirar saldo”, y le informó que el pago por el peque- peque entregado no era suficiente, que todavía quedaba debiendo. Don Fernando pensó que eso era un poco caro, y le pidió a uno de los líderes de la federación indígena local (FECONACO) que averiguase el precio del motor y el precio de la caoba en la ciudad de Iquitos: éste averiguó que el precio de esa caoba en el mercado de Iquitos representaba unos 370,000 soles, ¡mientras el motor valía exactamente 1270 soles¡
Historias como ésta se repiten a lo largo y ancho de la Amazonía peruana, especialmente en los últimos rincones adonde solamente llegan misioneros y traficantes de drogas y caoba. Cada tabla de caoba que se exporta hoy de Perú deja tras de sí una negra historia de corrupción, estafa, explotación, latrocinio, destrucción y sangre (animal y humana). Cada consumidor del primer mundo que alardea ante sus amigos de su nueva mesa de caoba amazónica debería conocer que su tesoro chorrea sangre. Sólo así, disminuyendo o eliminando la demanda (ya que sabemos de la falta de voluntad de controlar este desastre de las autoridades peruanas) podremos hacer algo por salvar a las últimas caobas, y con ellas a los últimos indígenas en aislamiento y los últimos bosques prístinos de nuestra Amazonía.
La excusa de que la caoba representa una de las pocas fuentes de ingreso para los pobladores pobres de las zonas rurales es una burda farsa. Analicemos si no la escala de valor de la caoba en la Amazonía peruana: un tronco de caoba de buen porte, de 40 – 60 pulgadas, puede llegar a rendir hasta 10 ó 15,000 pies tablares (aunque algunas caobas de mayor diámetro pueden rendir hasta el doble o más), y valer en el mercado regional, transformado en tablas, entre 90,000 y 135,000 soles. Su valor en el mercado internacional, todavía en tablas, se multiplica por 3 ó 4, y transformado en muebles de lujo, por 10 ó 20. Ahora bien, de este valor real, ¿cuánto es lo que reciben los indígenas y campesinos en cuyas tierras crecen las caobas, que han heredado con sus bosques de sus antepasados? Los madereros suelen comprar las caobas “en pie”, en el monte, y ellos se encargan de talarlas y extraerlas. Casos como el de don Fernando Vílches son excepción.
Bien, el mejor precio que he escuchado que un maderero paga por una caoba en pie a un poblador local es de 200 soles; esto ocurre usualmente con comunidades indígenas organizadas y tituladas, que son en cierto modo “más conscientes” de su derecho de propiedad sobre la madera y de su precio real en el mercado. Lo normal es que les paguen 20, 40 u 80 soles por tronco, según el caso, aunque hay casos de explotación extrema: en el alto Yavarí, habilitadores que trabajan para conocidos industriales de Iquitos, han llegado a pagar a los indígenas Matsés tres kilos de azúcar (han leído bien = 3 kg de azúcar) por una caoba completa. Y esto no es todo: lo más frecuente es que ni siquiera eso reciban los indígenas. Frecuentemente los madereros prometen pagar a la comunidad con la compra de un motor fuera de borda, o un generador de luz, que obviamente, será entregado “a su vuelta” luego de vender la madera. De más está decir que los madereros que vuelven a cancelar su deuda se cuentan con los dedos de la mano de un manco.
Ecocidio: el exterminio de una especie
Hoy no hay rincón en la Amazonía peruana, salvo quizás los P. N. del Manu y Bahuaja Sonene, que se salve de los extractores ilegales de caoba: ni las áreas protegidas, ni los territorios indígenas titulados, ni las áreas de cabecera de ríos en las fronteras con Brasil y Ecuador. Como biólogo, he tenido la oportunidad de visitar muchas áreas remotas y de tratar con gente que ha visitado muchas otras: en todas partes se encuentra a los madereros ilegales, y en las áreas más remotas e inaccesibles, extractores de caoba: aquí la noble madera es motoaserrada en cuartones y cargada a hombros hasta alguna quebrada por donde pueda ser bajada en balsa hasta un río grande.
El precio de la caoba es tan alto, que cualquier listón, cualquier tamaño de cuartón, tiene precio. Mientras que con otras especies maderables, cuando un árbol tiene el tronco hueco, o su fuste está deformado o bifurcado por alguna razón, o es muy delgado, no suele ser talado, y puede seguir produciendo semillas, con la caoba no ocurre lo mismo: cualquier árbol, aunque sólo se pueda aprovecharse una mínima parte, y de la edad que sea, es talado para sacar cuartones, tablas y listones. Hoy los ilegales no respetan ni a los juveniles: caobas de 15, 10 y hasta 8 pulgadas de diámetro son tumbadas sin piedad para labrar unos míseros listones. Esto está ocasionando una presión extractiva de tal magnitud que hoy se puede decir que la especie está en serio peligro de extinción local. De lo que no cabe duda es que la caoba ha sufrido una grave erosión genética desde hace décadas, pues todos los mejores árboles semilleros, sin excepción, están siendo talados de forma inmisericorde. Y sin semilleros está en riesgo la perpetuación de la especie.
¿Culpables? Es muy fácil echarle la culpa a los pequeños infractores que efectivamente talan y cuartonean la caoba en el monte. Estoy seguro, sin embargo, que cualquiera que haya visitado un campamento de extractores ilegales de madera en un lugar remoto concordará conmigo en que ellos son los menos culpables, el eslabón más débil de toda la cadena de tráfico ilegal de caoba: trabajan en condiciones casi infrahumanas, de sol a sol, por largos meses alejados de sus familias, con una alimentación bien pobre, corriendo riesgos frecuentes para su salud y su vida. Generalmente ellos no tienen conciencia de que sus actividades son ilegales y que están poniendo en riesgo de extinción a una especie. Para ellos es una actividad económica más, con la que se “recursean” en el medio rural, donde es tan difícil obtener ingresos económicos, si bien sus salarios, a la hora que “tiran saldo” con el patrón, luego de largos meses de sacrificio, resultan absolutamente ridículos.
Mientras tanto, las grandes mafias de la caoba, con agentes de distinto nivel, desde los habilitadores medianos en la selva, los aserraderos que “limpian” la madera reaserrando los cuartones, hasta el puñado de grandes exportadores de Lima, se llenan los bolsillos de dólares depredando esta riqueza nacional. Si alguien cae en manos del SERNANP, sin excepción es el pequeño extractor, mientras los grandes, que sí saben lo que están haciendo, junto con sus cómplices de las altas esferas del poder, y de la Autoridad CITES para la caoba (Universidad Agraria La Molina), que se resisten a declararla en veda para defender intereses de amigos, salen siempre impunes: claro, la caoba que ellos comercian y exportan es “legal”, luego de haber sido reaserrada y provista de guías de transporte de concesiones o permisos forestales donde todo el mundo sabe que no hay caoba.
Los expertos calculan que el 99% de la caoba exportada de Loreto, por ejemplo, es caoba ilegal, lavada como se ha dicho antes. No hace falta ser un experto para detectar esto: las estadísticas de los aserraderos loretanos registran una cantidad irrisoria de caoba en trozas procesada, que no concuerdan con las abultadas estadísticas de exportación. Es claro que la diferencia es caoba ilegal, en la mayoría de los casos motoaserrada en Pacaya Samiria, en Sierra del Divisor, y en Biabo (Cordillera Azul). Las nuevas concesiones forestales no están solucionando el problema, pues en los inventarios “inventados” se registran stocks de caoba inexistente que sirve de cobertura para lavar caoba extraída ilegalmente de otras zonas.
La legislación peruana es tan blanda que ningún traficante de caoba ha ido jamás a la cárcel, a diferencia de Brasil, donde hasta varias decenas de peruanos están encarcelados por este delito. Una decisión política del Gobierno podría acabar con esta lacra, declarando a la caoba en veda temporal en el Perú. El Estado hoy es incapaz de verificar la legalidad de una pieza de caoba. La caoba debe ser declarada en veda por unos años, hasta que esta situación cambie, y el Estado mejore su capacidad real de controlar las operaciones forestales, y se establezcan mecanismos limpios de certificación forestal para la caoba. Las caobas no se van a pudrir en el monte por unos años de veda, al contrario, van a seguir creciendo. Además, esto no representaría ningún problema para la industria forestal formal, ya que la caoba no representa ni el 1% de las exportaciones de madera de la región. Pero se ve que los tentáculos de las mafias caoberas llegan a altos niveles. Alguien tiene que investigar y denunciar esto antes de que sea demasiado tarde para la caoba y para el Perú. Las futuras generaciones de peruanos, que también tienen derecho a beneficiarse de este patrimonio natural, se lo agradecerán.
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