Por: épale ccs
Foto: José Rivera / Épale CCS
(Caracas, 08 de septiembre – Noticias24).- Siguiendo una ruta en sentido oeste-este, en Caracas, los comensales citadinos tienen alternativas en cuanto a comida vegetariana se refiere. Así lo refleja un trabajo publicado este domingo por la revista Épale, encartada en el diario Ciudad CCS.
A continuación el texto íntegro:
La nostalgia por la atracción natural que genera lo animal, al principio, no puede evitarse. La simulación, para algunos, empieza desde que se llama “carne” a algo vegetal, que nunca tuvo sangre en las venas y que no sufrió a la hora de morir para transformarse en alimento, pero que las papilas gustativas y la memoria tratan de relacionar con ese sabor que decidió dejarse atrás para comenzar a ser vegetariano.
La carne, esa presente y ausente, se vuelve versátil: puede ser de soya, de berenjena, de conchas de plátano o de cualquier otro ingrediente vegetal que se haga pasar por esa innombrable que se nombra, y que no estará en casi todos los menús de los restaurantes vegetarianos de Caracas.
Una fila de personas con bandejas en la mano es la primera imagen que salta al abrir la puerta de cualquiera de los restaurantes de este tipo. El comensal inicia la especie de circuito que comienza con el pago en la caja y que termina cuando comparte la mesa con otras personas.
Foto: José Rivera / Épale CCS
El factor común en estos restaurantes tipo buffet son los granos, bien sea como contorno o como sopa; los carbohidratos simples y complejos; las ensaladas crudas o cocidas; los postres y las infusiones.
Los ojos se ponen ansiosos cuando comienzan a aparecer los elementos en la bandeja: sopa, plato principal, ensaladas, salsas, pan, cereales molidos, postre, infusión. Al comer, los sentidos se afilan para descubrir ese gusto que siempre ha estado ahí pero que la carne siempre había solapado.
En estos sitios se come lentamente, sin el apuro que hace que, en menos de tres bocados, se despache un almuerzo ejecutivo cualquiera. El placer de comer verde, con la conciencia de que se hace por salud, religión o economía se multiplica en cada masticada.
Luego de la infusión, la persona se levanta y siente que pagó poco por mucho. No hay culpa, no se cometieron excesos y, tal vez sin saberlo, en la búsqueda de ese sabor animal, encontró una nueva combinación de ingredientes que le harán volver.
A pie por el centro verde
Foto: José Rivera / Épale CCS
La ruta vegetal, en dirección Oeste-Este, comienza en Superbueno, restaurante vegetarianoubicado entre las esquinas de El Conde y Padre Sierra, en el centro de Caracas. Allí, en un amplio salón, se sientan a comer diariamente unas 400 personas.
Si se quiere una ensalada, seco, postre, jugo y agua aromática son 45 bolívares fuertes, y si se le agrega otra ensalada, son 50. Además, y a diferencia de los otros restaurantes, sirven desayuno de 7 a 10 am.
“En este local de la Iglesia Adventista trabajan 17 personas”, cuenta Deibis Bilbao, quien atiende la caja, que se abarrota de 11 am a 3 pm. Entre pagos y despacho de productos naturistas, cuenta que la mayoría no es vegetariana y que van allí por lo barato de la comida.
Blanca Medina tiene varios años yendo. Uno de sus compañeros lamenta que la ensalada tenga cebolla, y negocia con los demás un intercambio. Aunque ninguna de las personas allí sentadas son vegetarianas, todas destacan lo sano de la comida y el precio.
Foto: José Rivera / Épale CCS
Al salir de Superbueno (uno de los sitios donde las colas son más largas) se ve otro, llamado Renacer, que está casi vacío. Según algunos, luego de incluir carne en su menú fue boicoteado.
Más cerca de la Plaza Bolívar, entre Torre y Veroes, está El Cebollín, donde la sonrisa de Pablo Javier Flores recibe al público.
Aunque este local es pequeño, unas 320 personas lo visitan diariamente. Ya a las 2 pm el movimiento ha cesado y solo hay algunas mesas ocupadas.
El menú consiste en un plato fuerte, que en esta oportunidad es carne de arvejas, una sopa, pasta, plátano y ensalada. Además del jugo y harinas de cereales como avena, mijo, maíz, sorgo, linaza, entre otros, que están dispuestas para enriquecer los alimentos. El precio total es de 45 bolívares.
Pablo, junto a un grupo de médicos que dictan talleres miércoles y jueves allí, tiene una relación muy cercana con los comensales. Luego de una conversación, uno termina pidiéndole consejos sobre alternativas naturales para distintos tipos de dolencias.
Hay afiches de partes del cuerpo humano en todas las paredes. Aunque a algunos les desagrade, este vegano, que comenzó como cocinero en el restaurante Renacer, cuenta que muchas personas aprenden sobre su organismo mientras comen tranquilamente.
Foto: José Rivera / Épale CCS
Recuerda que nadie se hizo vegetariano de un día para otro, porque “estamos de acuerdo con la transición, no con los cambios bruscos; con conciencia y conocimiento”.
El Cebollín, que es un restaurante vegano, ya tiene dos años en la actual dirección. Anteriormente quedaba donde ahora está el Renacer, donde permaneció por tres años.
Allí trabajan seis personas y la elaboración de los alimentos comienza a las 7 am. Diariamente se pueden usar unos 40 kilos de papas y 12 de granos.
Habla de la Misión AgroVenezuela y de las campañas del Instituto Nacional de Nutrición contra el consumo de comida chatarra. Por ello, propone que la concientización sobre la alimentación debe comenzar en la infancia. Incluso, dice que le gustaría colaborar con cursos gratis de cocina vegetarianadonde se lo propongan.
Finalmente, surge la historia de una abuelita que tomaba 14 pastillas antes de comer. “Primero la entrevisté, vi sus exámenes, tenía consumismo increíble con los medicamentos, pero me pidió que le enseñara cómo comer y, tiempo después, me dijo: ‘Estoy jugando bowling’, imagínate la fuerza y energía que tiene ahora”.
Sin carne hacia el Este
Foto: José Rivera / Épale CCS
Aunque no hay mesas ni local, Ramón Durán, “el Prabhú”, lleva su restaurante en las cavas donde dos fines de semana al mes mete 200 “samosas” vegetarianas, la bebida (que puede ser yogurt o papelón con jengibre o ajonjolí) y el postre (que en esta ocasión es de plátano, auyama y yuca).
Estas tortas las hace a base de harina de yuca, después de que este krishna (desde 1975) escuchó a Hugo Chávez hablar de las propiedades de ese tubérculo soberano. Están rellenas de brócoli, coliflor, zanahoria, acelga, entre otros, y cuestan 40 bolívares.
Desde 1997 Durán está a la salida del Metro de Bellas Artes, en frente de los cultivos organopónicos.
Alguien se acerca, le pide que le recuerde la receta de desodorante natural que le recomendó en otra ocasión, él sonríe y se la repite casi al oído.
“Nunca he pensado en montar un restaurante, no quiero ser patrón ni tener patrón. Me gustaría que los jóvenes vinieran a cocinar aquí en vivo y vender esa comida”, dice mientras alarga una mano para darle a una mujer la salsa de tamarindo con que se acompañan las samosas.
En Sabana Grande, en el centro comercial del mismo nombre, queda El Rincón Vegetariano. De una mesa repleta sale Wilfredo Avendaño a aclarar rápidamente que es “un asomado”, mientras que Armando Gómez presenta a sus compañeros de almuerzos.
“Soy diabético por conveniencia, es decir, por la salud, el precio y la cantidad de comida”. En este lugar el menú cuesta 50 bolívares.
Entre risas dice que tienen una peña “para hablar pistoladas”, aunque Isidro Caro, que está a su lado, dice que “hay alguna gente con la que uno no se puede sentar” y que quienes sirven conocen los gustos y lo que puede comer cada quien.
Todos censuran a una señora que, mesas más allá, agita un salero insistentemente. “Yo le echo limón”, dice uno de ellos.
Mario Salsedo, quien tiene 20 años visitando el local, dice que “no come hermanos menores, pues de animales pasamos a seres humanos”.
Wilfredo cree que algunos llegan por casualidad y que la primera vez que ven la comida “arrugan la cara” al ver los granos, las ensaladas y los tubérculos.
“Yo me terminé la sopa y nunca supe de qué era”, suelta alguien entre carcajadas. A lo que Jorge Aparicio remata: “La comida aquí no es para adelgazar. Yo los fines de semana tomo cerveza, eso también es vegetariano”.
Muchas cuadras más hacia el Norte, en la avenida Los Jardines de La Florida, se encuentra una quinta donde funciona el restaurante El Buffet Vegetariano. Un cuadrito, casi escondido en una pared, recoge la declaración de principios de quienes comen ahí: “Soy vegetariano, vivo de vainita”.
Adentro, el piso es de mosaico y las mesas de madera rústica. La iluminación es tenue y cálida. Emmanuel Zarramera, también desde la caja, cuenta que la casa debe tener unos 80 años y que el lugar, que es restaurante desde 1939, a partir de los 70 sirve almuerzos vegetarianos, de lunes a viernes.
Lo que diferencia a este local de los otros, además del precio del menú, que es de 60 bolívares, es que uno mismo puede servirse las ensaladas y que puede consultar en la cuenta de Twitter @evegetariano lo que van a preparar todos los días.
Aunque Emmanuel, de hablar pausado, no precisa cuántas personas comen allí cada día, dice que lo prefieren por el ambiente familiar y de tranquilidad que tiene.
“Hay clientes de toda la vida, viene mucha gente adulta que busca comer sano y que son referidos por sus médicos”.
Entre los platos, extraídos de los 22 menús más pedidos por los comensales, hay coliflor gratinado, canelones de vegetales, pimentones rellenos, pastel de papa o plátano. E incluso el postre a base de ruibarbo que, por lo poco común, invita.
Mientras las montañas de ensalada van siendo excavadas por los tenedores, un cuadro de tres búhos muy atentos miran cómo, en silencio, con cada bocado se van descubriendo nuevos sabores y sensaciones alejadas del placer culpable de la carne.
Por: Nathalí Gómez / Épale CCS.
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