El descenso del pH marino está alterando la vida submarina al tiempo que induce un aumento extra de las temperaturas. Estudio muestra el papel que juega el fitoplancton en el cambio climático.
Lo del cambio climático empieza a parecerse a una tormenta perfecta. A los efectos ya conocidos de las emisiones de CO2 (elevación de las temperaturas, mayor variabilidad del clima, alteración de ecosistemas terrestres…) se une ahora la creciente acidificación de los océanos. La reducción del pH de las aguas está afectando negativamente a la vida marina. Pero, además, estaría reduciendo la presencia de un subproducto de aquélla, el dimetil sulfuro. Este gas es uno de los espejos naturales que reflejan la radiación solar.
Dos estudios casi paralelos publicados en Nature Climate Change ilustran las dos caras del problema en el que se está convirtiendo la acidificación de los mares. En el primero, investigadores alemanes del Centro Helmholtz para la Investigación Polar y Marina han analizado el impacto de las emisiones de CO2 en el océano y cómo este impacto está alterando las condiciones en las que viven cinco grandes taxones (corales, crustáceos, moluscos, vertebrados y equinodermos).
Los mares del planeta son claves en la regulación climática. Secuestran más del 25% del dióxido de carbono liberado en la atmósfera, salvando al planeta de un mayor calentamiento. Pero el aumento de las aportaciones de CO2 provocadas por el hombre está superando las capacidades de este almacén natural. Una vez disuelto en el agua buena parte del CO2 se convierte en ácido carbónico y eleva la concentración de los iones de hidrógeno, reduciendo el nivel del pH hasta niveles con los que las distintas especies no saben como lidiar.
“Nuestro estudio muestra que todos los grupos de animales estudiados se están viendo afectados negativamente por las mayores concentraciones de dióxido de carbono”, explica la coautora del trabajo Astrid Wittman, en una nota. Pero no todas las especies sufren por igual la acidificación de los océanos. Mientras vertebrados como los peces están adaptándose relativamente bien a la reducción del pH del agua, otros con metabolismo más lento, se llevan la peor parte. “Los corales, equinodermos y moluscos están reaccionando de forma muy sensible al descenso del pH”, añade. En el caso de los corales, por ejemplo, esto estaría provocando una débil calcificación que, unida a la elevación de la temperatura del agua, está acabando con ellos en muchos lugares del planeta.
Para su trabajo, Wittman y sus colegas han repasado decenas de estudios que en los últimos años se han centrado en el efecto de la acidificación en los organismos vivos. Muchos de ellos se habían detenido en estudiar especies concretas y ellos han querido dar una visión de conjunto. Con esos datos volcados sobre las proyecciones del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC), los investigadores dibujan un futuro muy diferente a la situación actual de la vida marina. Aunque sus resultados para el 5 Informe de Evaluación (AR5) del IPCC no se harán públicos hasta el año que viene, los investigadores adelantan que se está produciendo una profunda alteración del ecosistema marino.
EL PAPEL DEL DIMETIL SULFURO
En la misma edición de Nature, otros investigadores alemanes, éstos del Instituto Max Planck para la Meteorología, desvelan cómo la acidificación del mar está teniendo un efecto secundario que acelera el calentamiento global. El aumento de los niveles de CO2 en el agua reduce el pH, lo que está alterando los distintos ecosistemas marinos. Pero hay uno en particular que, de tan pequeño, los científicos no se habían detenido a valorar su impacto global sobre el planeta.
En su ciclo vital, el fitoplancton genera grandes cantidades de un gas, el dimetil sulfuro. De hecho, las emisiones oceánicas de este subproducto son el origen de la mayor parte del sulfuro arrojado a la atmósfera de forma natural. Su papel en el clima es clave. Una vez en el aire, los compuestos de azufre se oxidan formando aerosoles de sulfato. Estos aerosoles cumplen una doble función. Por un lado reflejan la luz del Sol hacia el exterior. Por el otro, funcionan como núcleos de condensación de nubes.
Lo que han comprobado los investigadores es que hay una relación directa entre la acidificación y la liberación de dimetil sulfuro oceánico: el descenso del pH del agua está reduciendo de forma paralela la creación de dimetil sulfuro por el fitoplancton y su expulsión a la atmósfera. Ésto reduciría su menguante capacidad reflectora de la radiación y la creación de nubes, disminuyendo aún más el efecto albedo.
Desde el inicio de la era industrial, el valor medio del pH del agua marina se ha reducido en 0,1 puntos. Pero, según las proyecciones climáticas que han hecho, para 2100, podría bajar más de 0,5 puntos. Tal descenso llevaría aparejada una bajada de hasta un 18% de las emisiones de dimetil sulfuro. Por sí sola, esta reducción podría elevar la temperatura global en casi medio grado más, algo no contemplado hasta ahora en las proyecciones del IPCC.
En su ciclo vital, el fitoplancton genera grandes cantidades de un gas, el dimetil sulfuro. De hecho, las emisiones oceánicas de este subproducto son el origen de la mayor parte del sulfuro arrojado a la atmósfera de forma natural. Su papel en el clima es clave. Una vez en el aire, los compuestos de azufre se oxidan formando aerosoles de sulfato. Estos aerosoles cumplen una doble función. Por un lado reflejan la luz del Sol hacia el exterior. Por el otro, funcionan como núcleos de condensación de nubes.
Lo que han comprobado los investigadores es que hay una relación directa entre la acidificación y la liberación de dimetil sulfuro oceánico: el descenso del pH del agua está reduciendo de forma paralela la creación de dimetil sulfuro por el fitoplancton y su expulsión a la atmósfera. Ésto reduciría su menguante capacidad reflectora de la radiación y la creación de nubes, disminuyendo aún más el efecto albedo.
Desde el inicio de la era industrial, el valor medio del pH del agua marina se ha reducido en 0,1 puntos. Pero, según las proyecciones climáticas que han hecho, para 2100, podría bajar más de 0,5 puntos. Tal descenso llevaría aparejada una bajada de hasta un 18% de las emisiones de dimetil sulfuro. Por sí sola, esta reducción podría elevar la temperatura global en casi medio grado más, algo no contemplado hasta ahora en las proyecciones del IPCC.
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