jueves, 5 de septiembre de 2013

La revolución que esperábamos


Por: claudio Naranjo
Si queremos más consciencia, es la educación por donde debemos comenzar, pues nada promete tanto, en vista de la transformación de nuestra civilización en crisis de obsolescencia, como la transformación de la educación.
Estamos en medio de una revolución, pero no la reconocemos como la que esperábamos. En primer lugar, ya habíamos dejado de esperarla, pero además la habíamos imaginado como una que hacíamos nosotros, en tanto que esta parece estar sucediendo por sí misma. Sin embargo, pienso que cuando la transformación que ya comienza haya sucedido, diremos que es la que siempre habíamos esperado, solo que no habíamos sabido imaginarla correctamente.
Por una parte, hasta el momento solo hemos conocido revoluciones políticas e ideológicas, y lo que ahora ocurre es una revolución de la consciencia. Por otra parte, nunca hemos esperado menos de nuestra capacidad de cambiar nada en el mundo en que vivimos, e incluso hemos perdido el entusiasmo de otros tiempos en el pensamiento utópico. Pero con acierto se dice que las utopías nos sirven para avanzar, y la renuncia al pensamiento utópico es paralizante.
El sociólogo chileno Antonio Elizalde ha comparado la desaparición del pensamiento utópico con el proceso que tiene lugar cuando se amaestran las pulgas —que parece cosa bien conocida entre los amaestradores de pulgas pero muy poco entre el resto de nosotros: se pone la pulga en un frasco transparente con una tapa también transparente, y se espera simplemente a que, después de dar los saltos más vigorosos y darse sistemáticamente contra las paredes invisibles del recipiente, aprenda a dar saltos pequeñitos para así sufrir menos.
Resulta particularmente buena la metáfora si la superponemos a la de la domesticación de los elefantes, como hace el mismo Elizalde. Aprende el elefantito amarrado a un árbol por una pata que debe renunciar al sufrimiento de sus esfuerzos infructuosos y dolorosos, y lo que ha aprendido perdura en su conducta aun cuando ha crecido hasta tal punto que podría fácilmente arrancar un árbol de raíz.
El hecho es que ni siquiera en el pensamiento damos grandes saltos hoy en día, cuando se desconfía de las grandes teorías como si solo hubiesen servido para engañarnos, y no solo cunde la impotencia sino sus justificaciones.
Espero que sirva para movilizarnos el considerar que no deja de parecerse nuestra situación a la de los sapos que han sido puestos en una olla que se va calentando sobre un fuego lento —algo que en nada les preocupa, porque su piel solo tiene receptores para detectar cambios bruscos de temperatura.
Si queremos más consciencia, es la educación por donde debemos comenzar, pues nada promete tanto, en vista de la transformación de nuestra civilización en crisis de obsolescencia, como la transformación de la educación.
Así como la comprensión de las limitaciones de una ecología meramente utilitaria —que se valió de argumentos racionales y de datos matemáticos y estadísticos a la hora de inducir a las personas a cosas tales como cuidar de los recursos no renovables— ha llevado a la formulación de una «ecología profunda», que incluye la consideración de la dimensión emocional y ética de las cosas, pienso que también sería muy limitado el resultado de una educación que pretenda abordar el urgente asunto de la sostenibilidad a través de una mera enseñanza racional como la que hoy impera en el mundo (y aún se hace sentir en los incipientes intentos de educación emocional) sin llegar a tocar verdaderamente nuestras emociones o nuestra vida moral.
Así como ciertas especies biológicas parecen haberse extinguido por su falta de adaptación, nuestra sociedad consumiste ha llegado a los límites de su sostenibilidad, de modo que asistimos hoy no solo al colapso de nuestra economía, sino al comienzo de una deslegitimación masiva de nuestros gobiernos y de sus implícitas ideologías. Todo eso, a lo que el marxismo apuntaba como enemigo de la humanidad, parece comenzar a hundirse ahora, en forma semejante a un navío que hace agua, que no puede ser salvado ni por las palabras de sus oficiales de a bordo ni por las sucesivas reparaciones.
Solo que, si bien no puede dejar de constituir una catástrofe el hundimiento de la nave patriarcal en que hemos venido navegando, más vale que, atravesando nuestra crisis con fe, comprendamos que los estertores agónicos denuestra civilización constituyen nuestra mayor esperanza de regeneración.
Una vez más en la historia de nuestra especie, nos encontramos ante algo semejante al mítico diluvio universal, que nuestros antepasados interpretaron como un acto por el cual Dios castigó a un mundo corrupto con la aniquilación y preparó un nuevo comienzo; solo que ya no pensamos en Dios como un padre indignado, sino como un organismo cósmico animado por leyes implacables, más sabias que las que han animado a nuestra poco sabia legislación, a nuestra economía depredadora y a nuestra pobre cultura (en la cual los valores de la vida han venido siendo supeditados a los de la bolsa, así como a los contravalores de un ego patriarcal egocéntrico y narcisista).
Desde que los Sumerios inventaron hace unos cinco mil años la escritura, se han trasmitido historias alegóricas acerca de una gran transformación por la que atraviesan algunos seres humanos a través de algo así como un viaje interior; transformación que pasa por una muerte a su forma ordinaria y larval de existencia hasta la gestación de una vida nueva, semidivina. Esta metamorfosis, que es posible al ser humano y es el tema de las numerosas leyendas de los héroes, solo ha sido conocida de primera mano por unos pocos a través de nuestra larga historia, pero pareciera que en nuestro tiempo son muchos los que se sienten llamados a la gran aventura de la consciencia, como si debiésemos dar un paso en nuestra evolución colectiva comparable a aquel relatado por el libro del Éxodo, en que un pueblo entero debió cruzar el Mar Rojo para salir de la esclavitud y encaminarse a la Tierra Prometida.
Es más, pareciera que en nuestro tiempo se esboza, por primera vez, un proceso en el que durante el ocaso de la civilización occidental hegemónica se hacen sentir manifestaciones nacientes de un mundo nuevo, liberado del milenario poder patriarcal: una muerte/renacimiento a escala colectiva, más allá de las diversas extinciones de las civilizaciones del pasado o del surgimiento de civilizaciones nuevas.
¿Qué hacer, entonces, en estos tiempos en los que se agrava la inoperancia del sistema políticoeconómico que hemos creado hasta alcanzar niveles catastróficos de pobreza, hambre, insalubridad, degradación ambiental, ética y cultural?
A diferencia de otros tiempos, durante los cuales la actitud revolucionaria significaba una oposición a los enemigos del bien común, hoy en día, parecería que la prioridad fuese el que la comunidad se vaya haciendo cargo de lo que las instituciones tradicionales han descuidado y más descuidarán seguramente a la hora de su colapso; cosa que ya viene haciéndose desde decenios atrás a través de esas innumerables organizaciones civiles que la ONU ha llamado no gubernamentales.
Las tareas necesarias son muchas, y Edgar Morin ha expuesto lúcidamente muchas de ellas en su reciente libro La vía. Muchos, también, son aquellos quienes, por ahora sin trabajo, pudieran prestar alguna ayuda; y hasta es concebible que los excedentes agrícolas pudiesen alimentarlos, si es que la comunidad prevalece sobre la voluntad comercial de destruirlos para así proteger su valor de mercado.
Pero aun el más completo tratamiento de los síntomas de una enfermedad fracasaría si no le prestase suficiente atención a su raíz; y espero que el énfasis que le he dado en mi visión al ego patriarcal, así como el correspondiente énfasis que propongo que le demos a la formulación de una educación para salir del patriarcado en mi propuesta de acción correctiva, cuyo contenido quizá pueda constituir una inspiración para aquellos a quienes corresponda la construcción de un mundo futuro.
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Extracto de La revolución que esperábamos.
Ediciones La Llave



La educación, clave angular del cambio de conciencia
Citas de una entrevista de Alberto D. Fraile Oliver
“La problemática en la educación no es de ninguna manera la que a los educadores les parece que es. Creen que los estudiantes ya no quieren lo que se les ofrece. A la gente se le quiere forzar a una educación irrelevante y se defiende con trastornos de la atención, con desmotivación.”
“Yo pienso que la educación no está al servicio de la evolución humana sino de la producción o más bien de la socialización. Esta educación sirve para domesticar a la gente de generación en generación para que sigan siendo unos corderitos manipulables por los medios de comunicación. Esto es socialmente un gran daño. Se quiere usar la educación como una manera de meter en la cabeza de la gente una manera de ver las cosas que le conviene al sistema, a la burocracia. Nuestra mayor necesidad es la de una educación para evolucionar, para que la gente sea lo que podría ser.”
“La crisis de la educación no es una crisis más entre las muchas crisis que tenemos, sino que la educación está en el centro del problema. El mundo está en una crisis profunda porque no tenemos una educación para la conciencia. Tenemos una educación que en cierto modo le está robando a la gente su conciencia, su tiempo y su vida.”
“Se está educando a la gente sin ese sentido. Tampoco es la educación de valores porque la educación de valores es demasiado retórica e intelectual. Los valores deberían ser cultivados a través de un proceso de transformación de la persona y esta transformación está muy lejos de la educación actual.”
“La educación también tiene que incluir un aspecto terapéutico. Desarrollarse como persona no se puede separar del crecimiento emocional. Los jóvenes están muy dañados afectiva y emocionalmente por el hecho de que el mercado laboral se traga a los padres y ya no tienen disponibilidad para los hijos. Hay mucha carencia amorosa y muchos desequilibrios en los niños. No puede aprender intelectualmente una persona que está dañada emocionalmente.”
“Lo terapéutico tiene mucho que ver con devolverle a la persona la libertad, la espontaneidad y la capacidad de conocer sus propios deseos. El mundo civilizado es un mundo domesticado y la enseñanza y la crianza son instrumentos de esa domesticación. Tenemos una civilización enferma, los artistas se dieron cuenta hace mucho tiempo y ahora cada vez más los pensadores.”
“Al sistema le conviene que uno no esté tanto en contacto consigo mismo ni que piense por sí mismo. Por mucho que se levante la bandera de la democracia, se le tiene mucho miedo a que la gente tenga voz y tenga conciencia.”
“La persona necesita alimentarse de otra cosa que conceptos. La educación quiere encerrar a la persona en un lugar donde se la somete a una educación conceptual forzada, como si no hubiera otra cosa en la vida. Es muy importante, por ejemplo, la belleza. La capacidad de reverencia, de asombro, de veneración, de devoción. No tiene que ver necesariamente con una religión o con un sistema de creencias. Es una parte importante de la vida interior que se está perdiendo de la misma manera en que se están perdiendo los espacios bellos de la superficie de la Tierra, a medida que se construye y se urbaniza.”
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Entrevista completa en revistanamaste.com/claudio-naranjo
Claudio Naranjo
estudió música, medicina y psiquiatría en Chile y psicología en Harvard. Aprendió Terapia Gestalt con Fritz Perls y formó parte del equipo original del Instituto Esalen en la década de los 60. Fue profesor de psicología humanista en la Universidad de Santa Cruz (CA), de meditación en el Instituto Nyingma de Berkeley (CA) y de religiones comparadas en el Instituto de Estudios Asiáticos de California. Es considerado uno de los pioneros de la psicología transpersonal; es autor de 15 libros.

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