El 7 de febrero de 2004, Marcel Joan escupió el café contra la pared de su cocina. La fecha es precisa porque su mujer, Paquita, ha apuntado desde entonces cada detalle sobre la salud de su marido en una libreta.
(Artículo de la revista Materia: http://esmateria.com/2013/02/14/el-hombre-que-supero-el-cancer-gracias-a-una-babosa-y-mucha-ciencia/)
Los datos de Paquita son la cronología de un caso único. Su marido es un experto en artes gráficas ya retirado -tiene 65 años- que ha vivido toda su vida en Olot (Girona). La libreta indica que el 28 de julio de 2004 a Joan le empezaron a dar quimioterapia. Los médicos le habían encontrado un tumor en el esfófago poco común y difícil de erradicar. Apenas podía beber ni tragar alimentos. Un año y medio después estaba defenestrado. Sufría metástasis en varios órganos vitales y los médicos habían probado con él hasta cuatro líneas de tratamientos sin éxito. “Aquella mañana el médico me vino a decir: ‘Arregla las cosas porque en navidades ya no estarás”, recuerda Joan. Era marzo de 2006.
En 1993 Joan era aún un sano y prometedor empleado que estaba a cargo de la primera imprenta ‘offset’ de Olot. Ese año, investigadores de la Universidad de Hawai anunciaron un descubrimiento que le salvaría la vida. El equipo había sacado de los arrecifes de coral unas 200 babosas marinas de color verde oliva y rayas naranjas. De ellas los científicos extrajeron el veneno con el que estos moluscos, de la especie ‘Elysia rufescens’, se defienden de sus depredadores. Se trataba de un compuesto llamado kahalalide F y en el laboratorio resultó ser letal para varios tipos de células humanas de cáncer. Estudios posteriores demostraron que el kahalalide F acababa con células de tumores sólidos de pulmón, colon, riñón, ovario, próstata y útero. Además las células no parecían desarrollar inmunidad a la actividad del compuesto, como sí lo hacen para ciertos tratamientos de quimioterapia. Aquel veneno era lo más parecido a un tesoro enterrado en el fondo del mar.
En marzo de 2006 los médicos le dieron a Joan una última opción para intentar salvarse. “Me preguntaron si quería ser conejillo de indias”, recuerda. Después de firmar “contratos de 200 páginas” acabó inscrito en un ensayo dirigido por el Instituto Catalán de Oncología. El estudio no probaría el kahalalide F, sino un derivado de este compuesto sintetizado en laboratorio llamado elisidepsina. Su nombre comercial era Irvalec y su propietario era la farmacéutica española Pharmamar, especialista mundial en desarrollar fármacos basándose en productos extraídos del mar.
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(La ‘Elysia rufescens’ de la que se extrajo el kahalalide F. / Elsevier)
RESPUESTA ÚNICA
El ensayo era un fase I, algo que en la jerga médica indica que su principal objetivo es medir si el compuesto es nocivo para los pacientes. Los médicos, por supuesto, también atesoran cualquier dato sobre la efectividad del fármaco. Las notas de Paquita indican que Joan recibió la primera dosis del fármaco experimental el 25 de abril. A partir de entonces sus tumores comenzaron a menguar. En unos meses pasó de pesar 50 kilos y no poder vestirse solo a volver en coche solo a Olot después de cada sesión de tratamiento. En julio de 2009, tras recibir su dosis número 49, los médicos mandaron a Joan a casa. Para entonces su cuerpo ya estaba totalmente limpio de cáncer. Han pasado tres años desde aquello y Joan sigue sin rastro de su enfermedad, subiendo a las montañas que rodean su Olot natal y disfrutando de sus tres nietos.
“No he visto nada igual”, reconoce Ramón Salazar, oncólogo del ICO y responsable del ensayo clínico en el que participó Joan. La respuesta de este enfermo fue sorprendente y única, ninguno de los otros pacientes, “entre 20 y 30”, mostraron esa progresión. “Tiene algo el tumor de este hombre que le hace sensible a la elisidepsina”, reconoce Salazar.
El oncólogo se lanzó entonces a responder los porqués de la potencia antitumoral del fármaco. Era necesario conocer el mecanismo de acción de aquel compuesto para aclarar por qué podía ser tan efectivo en unas personas y no en otras. Desbordado por la tarea, Salazar envió muestras del tumor de Joan a su colega Santiago Ramón y Cajal, jefe de Patología Molecular del Hospital Vall d’Hebrón de Barcelona.
“Recibimos muestras de seis o siete pacientes entre los que había un alto grado de cáncer de esófago”, recuerda Ramón y Cajal, cuyo tío-bisabuelo fue el célebre Nobel de medicina español. “Intentamos relacionar la respuesta de los tumores a marcadores celulares”. Esos marcadores podían ayudar a explicar cómo la elisidepsina acababa con el cáncer hasta hacerlo desaparecer. Mientras, Pharmamar siguió adelante con el desarrollo de su fármaco Irvalec, que se probó en más pacientes y pasó a la fase II.
“Con estos tumores tan malignos aquel resultado era excepcional, alucinante”, recuerda Ramón y Cajal. Pronto, el tumor de Joan y los otros enfermos comenzaron a mostrar resultados. El equipo de Ramón y Cajal desveló que el Irvalec parecía funcionar mejor cuanto “menos epitelial y más mesenquimal era el tumor”. Esos dos términos se refieren a dos tipos de tejidos que dan lugar a dos tipos de tumores, el carcinoma y el sarcoma, respectivamente. Este último es mucho menos frecuente que el primero, lo que indicaba que Irvalec combate mejor los tumores más raros, como el de Joan. Hasta ahí pudo llegar la investigación. Los siete casos que manejaba Ramón y Cajal no eran suficientes para aclarar el mecanismo exacto que usa el fármaco para atacar las células cancerígenas. Hacían falta más casos, pero estos no llegarían nunca.
UN FÁRMACO NO RENTABLE
En abril de 2012 sucedió algo que Paquita no tiene apuntado en su libreta. La compañía Pharmamar anunció que detenía el desarrollo de Irvalec. La empresa reconocía que el fármaco había demostrado una una notable actividad contra un tipo de tumores gastroesofágicos conocidos como adenocarcinoma indiferenciado de células grandes de esófago. Estos tumores solo suponen el 1% de todos los cánceres de esófago y tienen una incidencia global muy baja.
La investigación con Irvalec o con kahalalide F quedó aparcada. Esto no solo fue una decepción para gente como Ramón y Cajal o Salazar, sino también para investigadores de la propia compañía. Entre ellos está Carmen Cuevas, jefa de I+D de Pharmamar y responsable del desarrollo de Irvalec. Su empresa tenía un convenio de colaboración con los investigadores de la Universidad de Hawai que aislaron por primera vez el veneno de aquel molusco marino.
Cuevas se muestra realista. “Este fármaco podría haber funcionado; de hecho, funcionaba y como prueba está aquel paciente ”, señala. “Pero hay que priorizar, hubiera llevado años reclutar a pacientes necesarios para lanzar un ensayo debido a la poca incidencia de este tipo de tumores y hacerlo hubiera sido muy costoso”, reconoce. A cambio, señala, otro fármaco desarrollado a partir de extractos marinos, el Yondelis, “ya está en el mercado” y otros, como el aplidin, están ya en la fase III en ensayos clínicos contra el mieloma múltiple.
“Desarrollar un fármaco cuesta 1.000 millones de dólares [unos 760 millones de euros], únicamente el 20% resulta rentable y solo en uno de cada 20.000 casos se recupera la inversión”, resume Fernando Albericio, químico especialista en fármacos contra el cáncer del Instituto de Investigación en Biomedicina de Barcelona. Albericio conoce bien el Irvalec, ya que su laboratorio también investigó las propiedades antitumorales del kahalalide F.
“TODOS LOS QUE CONOCÍ HAN MUERTO”
En la industria farmacéutica “es muy frecuente que se dejen de desarrollar compuestos como este”, reconoce Albericio. “Muchas cosas se quedan por el camino, la investigación contra el cáncer es así”, señala.
La única vía que sigue adelante es el estudio del kahalalide F para tratar la psoriasis, “un tipo de alteración celular en el que algunos expertos ven similitudes con el cáncer, aunque sea mucho menos grave”, explica Albericio.
Desde que se curó, Joan sube algunas mañanas a una zona de montaña conocida como Las Presas y se pasa una hora sentado en una piedra, completamente solo. “Los laboratorios quieren números”, resume sobre la decisión de Pharmamar. Sabe que es la única persona del mundo que ha superado un cáncer terminal gracias a aquel compuesto que un investigador sacó del Océano Pacífico hace 20 años. “No sé de nadie como yo, todos los que conocí durante esos años están muertos o en el hospital”, confiesa.
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