miércoles, 19 de septiembre de 2012

Alimentación: “lucro versus calidad”

Muchos opinan que más que hablar del lucro, el tema central es el de la calidad, en este caso de la alimentación. Sin embargo, sin fiscalización, poca o nula información y con cientos – quizás miles – de ejemplos donde se puede ver explícitamente cómo hay enriquecimiento a costa de la nutrición, es difícil no relacionar ambas cosas.


 
Carla González C.
Temas como el de los transgénicos y el del etiquetado de los productos alimenticios son actualmente algunas de las temáticas que más debates han producido en Chile, principalmente porque hoy, la ciudadanía no sólo tiene más acceso a la información, sino que además se ha ido empoderando de a poco y con eso exigiendo cosas básicas, como la calidad en lo que come.
A pesar de lo anterior, esto de la mayor información y de la clara cercanía que la mayoría debiera tener con este tipo de temas, aún existe mucha gente que no sabe, no le interesa y no se cuestiona nada acerca de las cosas con las que se alimenta; de dónde provienen la comida que se echa a la boca y cómo han sido (o serán) manipulados los productos que diariamente adquiere en los supermercados.
Aquí pareciera estar el problema, en esta especie de círculo vicioso que compromete no sólo al lucro de aquellas empresas - Monsanto quizás la más fiel representante - que negocian con los alimentos, sino que también a cada uno de nosotros, quienes tenemos una enorme responsabilidad en el tema. Por eso conocer las alternativas que tenemos como sociedad en cuanto a nutrición es nuestro deber para así poder elegir de manera comprometida.
Muchos se han pronunciado con respecto al (mal) provecho que algunas empresas han sacado de la producción de alimentos, donde claramente se puede apreciar una mayor preocupación por la cantidad que por la calidad. Muestra de ello es el documental Food Inc. (2008) dirigido por Robert Kenner. En él se muestra la industria alimentaria que impera en Estados Unidos, que para el realizador es una clara muestra de que el negocio está por sobre la salud. “La industria no quiere que el consumidor esté informado acerca de lo que está comiendo porque si lo supiera, quizás no se lo comería”, menciona en la cinta.
Para la directora del proyecto Huerto Hada Verde y especialista en permacultura, Stephanie Holiman, tanto en Chile como en el resto del mundo hay una clara presencia del lucro en la alimentación, sobre todo dice, si pensamos en que “hay cosas muy simples que podríamos hacer y que son mucho más sanas”, pero que lamentablemente no hacemos la mayoría de las veces a causa de nuestra ignorancia o de la información vetada por parte de los grandes productores.
Además asegura que los productos que hoy se venden bajo la etiqueta de más sanos, como por ejemplo la harina integral o los alimentos orgánicos, son vendidos a precios muy elevados, siendo que cada uno (o mejor, en comunidad) podría elaborarlos en forma casera.
“Uno se pregunta cómo están vendiendo más caro algo que muchas veces significa menos gasto por su menor procesamiento. Es ahí donde uno se pone a investigar y se da cuenta de que hay cosas que son muy simples de hacer y que son a la vez muy costosas. No tenemos los conocimientos para hacerlo por nuestra propia cuenta y de eso es de lo que se aprovecha el mercado”, asevera.
Pero si de lucro se trata, Stephanie piensa que el mejor ejemplo de esta actitud es la privatización de las semillas, esto pues “el hecho de patentarlas y sostener que pertenecen a alguien – quien a su vez puede hacer lo que quiera con ella, por ejemplo cobrar royalty cada vez que alguien las siembre– siento que va en contra incluso de los derechos humanos porque esto no afectará sólo a algunos, sino que a toda la población”.
Elija: calidad o cantidad
Tal vez una de las cosas en donde más se evidencia el tema del lucro en la alimentación es en la calidad de los productos que consumimos diariamente. Nuestros padres y más atrás aún, nuestros abuelos, dicen que tomates y otras hortalizas no se veían todo el año como hoy, donde podemos encontrarlas en cualquier estantería o puesto de verduras.
¿Sabrán los niños cuándo es la temporada del tomate o cuál es el aspecto real de una papa? Al parecer son poquísimos los que tienen alguna noción de esto y de muchas otras cosas esenciales como por ejemplo, identificar cuáles son las frutas y cuáles las verduras.
Ésa es al parecer la realidad que como población vivimos día a día. La calidad de los alimentos es verdaderamente deficiente y lo malo es que pocos se dan cuenta de ello, nuevamente por el tema de la ignorancia y la poca, mala y encubierta información.
Al respecto, Stephanie Holiman afirma que efectivamente la calidad se encuentra en desmedro ante tal cantidad de productos que todo el año repletan las estanterías de los supermercados. En ese sentido, comenta que “si ahora se piensa en verduras como el tomate, éste no tiene la misma cantidad de nutrientes que uno que crece cuando y como corresponde. El del supermercado – ese gigante y rojísimo - quizás creció en una bodega y rodeado de luces artificiales”, asegura.
Para la directora de Huerto Hada Verde, hoy se privilegia el tamaño de los alimentos por sobre la calidad, pues según cuenta la apariencia sirve mucho al momento de exportar y hacer negocios, aunque estos estén “huecos de nutrientes”.
“El tomate de una huerta quizás es más pequeño y uno al verlo dice pero cómo voy a pagar lo mismo que otro que es más grande y más rojo. Si esa persona se va a un laboratorio y analiza la cantidad de nutrientes entre ambos, de seguro va a encontrar que hay una diferencia grande” que en este caso favorecerá al tomate más pequeño, dice Stephanie.
“Buscamos lo más barato y no siempre eso es lo más sano”, sostiene y es por eso que está segura de que el lucro ha provocado que la población en general haya perdido la conexión con el origen de la comida, con las etapas por las cuales pasa su desarrollo, con cómo está producida y cuándo es la época en que cada uno debe cosecharse, entre otras cosas.
Para la especialista en permacultura, “debemos volver a esa conexión para así poder comenzar a cuestionar; ser más conscientes como consumidores, porque si lo somos, ejerceremos una mayor influencia sobre el mercado al preferir los alimentos de manera inteligente”.
Y para ser consumidores conscientes, debemos contar con lo que dejamos de lado hace un momento: la educación. En ese sentido, Stephanie Holiman afirma que como población somos muy cómodos y eso de todas formas beneficia a las grandes industrias, que al no encontrarse con una masa crítica, puede seguir funcionando como lo ha hecho hasta ahora.
Pero, ¿cómo ser consumidores informados si apenas sabemos leer las etiquetas de los envasados? En ese aspecto, dice que a las empresas definitivamente “no les conviene dar la información completa acerca de cómo está hecho un producto” y que el problema – aun cuando suene demasiado trágico - resulta una negativa cadena donde además están comprometidas otras compañías como las farmacéuticas.
En este contexto manifiesta que alimentarse sano obviamente es mucho más barato al final que comer alimentos que después nos enfermarán y por ende nos llevarán directo al médico, a los fármacos y otro tipo de gastos. “Mantener la verdad escondida les viene bien, porque así la gente seguirá consumiendo medicamentos, yendo al médico y comprando cómodamente en el supermercado”, indica.
Por otro lado, manifiesta que a causa de los alimentos manipulados, se han acrecentado nuestros problemas de salud y por lo tanto, alergias, intolerancias y otros padecimientos que sufre nuestro organismo son sin duda a causa de la nutrición que llevamos y por sobre eso, por la calidad de los productos que adquirimos.
Más caro, pero más sano
A pesar de lo anterior, Stephanie Holiman dice que hay que tomar en cuenta de que en algunos casos, el precio elevado no es sinónimo de lucro sino más bien de trabajo. Es el caso de la agricultura orgánica, de la cual menciona que es de suma importancia “tener conciencia de por qué es más costosa”.
Entre las razones afirma que “la agricultura que todos conocemos – la convencional – no paga por el consumo que hace del medioambiente en el que está produciendo. Además, contamina el suelo y las napas subterráneas de agua, ocupa gran maquinaria, agroquímicos, petróleo y una serie de cosas que significan un gasto para ese suelo”.
La directora del proyecto Huerto Hada Verde cuenta que para un agricultor convencional es sumamente difícil transformarse en uno orgánico, pues debe invertir mucho dinero en limpiar el suelo donde trabaja (esta etapa dura 4 años) y pasar por un proceso de certificación, entre otros, lo que claramente será causa de un precio más elevado en su producción final.
En cambio, dice que las producciones orgánicas, “tratan de no contaminar el suelo ni el aire, de no provocar daños en la salud de las personas que trabajan en la agricultura, en sus hijos y en quienes viven alrededor de los cultivos y generalmente no ocupan maquinarias tan grandes, sino más bien se trata de una labor manual e intensiva”.
Por esta razón dice que “se produce una diferencia tan grande en ambos tipos de producción, porque no se miden los costos anexos”. Entonces, agrega, “por eso uno piensa que son más caros los alimentos orgánicos y de hecho lo son para la mayoría de las personas, pero pienso que estos precios debieran ir bajando eventualmente, todo depende de la ley de oferta y demanda”.
En ese sentido Stephanie afirma que de a poco se ha ido dejando de lado la idea de comer sano como una moda para instalarlo como una necesidad, premisa que se vuelve primordial para establecer un cambio.
Primera parte del documental Food Inc. (2008)
Punto Vital Agosto 2011 ©

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