martes, 11 de septiembre de 2012

El genocidio transgénico


Cuando el príncipe Carlos afirmó que miles de campesinos indios se suicidan tras utilizar cultivos transgénicos fue tachado de alarmista. De hecho, como revela este escalofriante reportaje, la situación es aún peor de lo que el príncipe temía.
Los niños estaban desolados. Enmudecidos por el shock y luchando por contener sus lágrimas se acurrucaban junto a su madre mientras que amigos y vecinos preparaban el cadáver de su padre para incinerarlo en una ardiente hoguera construida sobre los agrietados y yermos campos cercanos a su casa.
Mientras que las llamas consumían el cadáver, Ganjanan, de 12 años, y Kalpana, de 14, se enfrentan a un futuro sombrío. Aunque Shankara Mandaukar había acariciado la esperanza de que su hijo e hija tendrían una vida mejor al socaire del boom económico de la India, ambos se enfrentan ahora a la posibilidad de tener que trabajar como mano de obra esclava a cambio de unos cuantos peniques al día. Campesinos sin tierra y sin hogar, serán lo más bajo de lo bajo.
Shankara, un respetado campesino, marido y padre cariñoso, se había suicidado. Menos de 24 horas antes, enfrentado a la perspectiva de perder sus tierras a causa de sus deudas, se bebió una taza de insecticida químico.
Incapaz de pagar una suma equivalente a sus ganancias de dos años, cayó presa de la desesperación. No veía ninguna salida.
Todavía quedaban marcas en el polvo donde Shankara se retorció en su agonía. Otros aldeanos lo observaban - sabían por experiencia que era inútil intervenir - mientras yacía doblado en el suelo, gritando de dolor y vomitando.
Se arrastró gimiendo hasta un banco situado frente a su sencilla casa, a 100 kilómetros de Nagpur, en la India central. Una hora más tarde dejó de hacer ruido. Luego dejó de respirar. A las 17:00 horas del domingo la vida de Shankara Mandaukar llegó a su fin.
Mientras que los vecinos se congregaban para rezar en el exterior del hogar familiar, Nirmala Mandaukar, de 50 años, contó cómo regresó corriendo de los campos para encontrar muerto a su marido. "Era un hombre cariñoso y atento" , dijo llorando en silencio. "Pero no pudo aguantar más. La angustia mental era demasiado. Lo hemos perdido todo".
La cosecha de Shankara falló dos veces seguidas. Por supuesto, el hambre y la pestilencia forman parte de la antigua historia de la India. Sin embargo, la muerte de este respetado campesino ha sido atribuida a algo mucho más moderno y siniestro: los cultivos genéticamente modificados.
A Shankara, igual que a millones de agricultores de la India, le habían prometido una plétora de cosechas e ingresos jamás conocida si dejaba de cultivar semillas tradicionales y comenzaba a sembrar semillas transgénicas.
Hechizado por la promesa de riquezas futuras, Shankara pidió dinero prestado para comprar las semillas transgénicas. Sin embargo, cuando las cosechas fallaron se quedó con unas deudas de vértigo y sin ningún ingreso.
Finalmente, Shankara se convirtió en uno de los aproximadamente 125.000 agricultores que se han quitado la vida como consecuencia de la despiadada campaña orientada a convertir a la India en un campo de pruebas para los cultivos transgénicos.
La crisis, a la que los activistas han bautizado como "Genocidio transgénico", fue puesta de relieve recientemente cuando el Príncipe Carlos manifestó que la cuestión de los cultivos transgénicos se había convertido en una "cuestión moral global" y había llegado el momento de poner fin a su imparable avance .
En una conferencia por video retransmitida a la capital india, Delhi, el príncipe enfureció a los líderes de la biotecnología y a algunos políticos cuando condenó "el índice verdaderamente atroz y trágico de suicidios de pequeños agricultores en la India, provocados por el fracaso de muchas variedades de cultivos transgénicos" .
Contra el príncipe se han coaligado poderosos grupos de presión de cultivos transgénicos y prominentes políticos que afirman que los cultivos genéticamente modificados han transformado la agricultura india y proporcionando un rendimiento nunca antes conocido.
El resto del mundo, insisten, debería abrazar "el futuro" y seguir su ejemplo.
Así pues, ¿quién dice la verdad? Para averiguarlo viajé al "cinturón suicida", situado en el estado indio de Maharashtra.
Lo que encontré fue muy inquietante y tiene profundas implicaciones para los países - entre ellos Gran Bretaña - en los que se está debatiendo la posibilidad de autorizar la siembra de semillas manipuladas por los científicos para eludir las leyes de la naturaleza.
Lo cierto es que las cifras oficiales del Ministerio de Agricultura indio confirman que, en medio de una descomunal crisis humanitaria, más de 1.000 agricultores se suicidan aquí cada mes.
Gentes sencillas del medio rural se están muriendo de muerte lenta y agónica. La mayoría de ellos ingiere insecticidas, un costoso producto que se les aseguró no necesitarían cuando fueron forzados a sembrar las costosas semillas genéticamente modificadas.
Parece que muchos de esos campesinos han contraído deudas descomunales con prestamistas locales de quienes han tomado prestadas sumas excesivas para adquirir semillas transgénicas.
Los expertos partidarios de los cultivos transgénicos afirman que la verdadera causa del terrible peaje en vidas humanas son el alcoholismo, la sequía y la "penuria rural".
Sin embargo, como descubrí durante un viaje de cuatro días a través del epicentro del desastre, ésa no es toda la historia.
En una pequeña aldea que visité había 18 campesinos que se habían suicidado tras haberse quedado entrampados en deudas por productos transgénicos. En algunos casos las mujeres han tomado las riendas de las granjas de sus difuntos maridos, solo para suicidarse ellas mismas un poco más tarde.
Latta Armes, de 38 años, bebió insecticida tras el fracaso de sus cosechas apenas dos años después de que su marido se quitara la vida cuando las deudas por transgénicos se hicieron excesivas.
Latta dejó a su hijo de diez años, Rashan, al cuidado de familiares. [El niño] "Llora cuando piensa en su madre", dijo la tía de la difunta, sentada apáticamente a la sombra, cerca de los campos.
En una aldea tras otra las familias me narraron cómo se habían hundido en deudas después de haber sido persuadidas para adquirir semillas transgénicas en lugar de las semillas de algodón tradicionales.
La diferencia de precio es asombrosa: 100 gramos de semillas transgénicas cuestan 12 euros, pero con 12 euros se puede comprar 1.000 veces más cantidad de semillas tradicionales.
Sin embargo, vendedores de semillas transgénicas y funcionarios del gobierno habían asegurado a los agricultores que se trataba de 'semillas mágicas' que producirían cultivos mejores, libres de parásitos e insectos.
De hecho, en un intento por promover el uso de semillas transgénicas, en muchos bancos de semillas del gobierno se prohibió la venta de variedades tradicionales.
Las autoridades tenían intereses espúreos en la promoción de esta nueva biotecnología. El gobierno indio, desesperado por escapar de la miseria absoluta de los años posteriores a la independencia, decidió autorizar a los nuevos gigantes de la bio-tecnología como a Monsanto, la compañía estadounidense líder del mercado, la comercialización de sus nuevas semillas.
A cambio de permitir a las compañías occidentales el acceso al segundo país más poblado del mundo, con más de mil millones de personas, la India recibió en los años ochenta y noventa préstamos del Fondo Monetario Internacional que ayudaron a iniciar una revolución económica.
Pero mientras que ciudades como Mumbai y Delhi han crecido exponencialmente, la vida de los agricultores han regresado a la Edad Media.
Aunque en la India la superficie de tierras dedicadas a cultivos transgénicos se ha duplicado en el espacio de dos años - hasta llegar a los 17 millones de acres - , muchos campesinos han descubierto que el precio que hay que pagar es terrible .
Lejos de ser 'semillas mágicas', las variedades transgénicas de semillas de algodón a prueba de plagas han sido devastadas por las orugas, unos voraces parásitos.
Tampoco se les dijo a los agricultores que estas semillas necesitan el doble de agua. Eso ha sido un factor de vida o muerte.
Tras dos años de escasa pluviosidad, muchos cultivos transgénicos simplemente se han marchitado y muerto, dejando a los campesinos con deudas agobiantes y sin recursos para pagarlas.
Después de haber tomado prestado dinero a prestamistas tradicionales a precios exorbitantes, cientos de miles de pequeños agricultores se han visto condenados a perder sus tierras a causa del fracaso de las costosas semillas, mientras que los que pudieron seguir luchando debieron enfrentarse a una nueva crisis.
En el pasado, cuando se perdían las cosechas, los agricultores todavía tenían la opción de guardar semillas y volverlas a plantar al año siguiente. Sin embargo, con las semillas transgénicas no pueden hacerlo debido a que las semillas transgénicas contienen lo que se denomina "tecnología exterminadora", lo que significa que han sido modificadas genéticamente para que las cosechas resultantes no produzcan semillas viables.
En consecuencia, los agricultores tienen que comprar nuevas semillas cada año a los mismos precios prohibitivos. Para algunos eso significa la diferencia entre la vida y la muerte.
Tomemos el caso de Suresh Bhalasa, otro campesino al que incineraron esta semana y que dejó esposa y dos hijos.
Al caer la noche tras la ceremonia, mientras los vecinos se sentaban en cuclillas en el exterior y las vacas sagradas eran traídas de los campos, su familia no tenía ninguna duda de que sus problemas surgieron en el instante en que se animó a comprar Algodón BT, una planta modificada genéticamente creada por Monsanto.
"Ahora estamos arruinados", dijo la viuda, de 38 años. "Compramos 100 gramos de algodón BT. Nuestra cosecha falló dos veces. Mi marido se deprimió. Salió a su campo, se acostó sobre el algodón y bebió insecticida".
Los aldeanos lo introdujeron en un rickshaw y se lo llevaron al hospital por caminos rurales llenos de baches. "Gritaba que había bebido insecticida y que lo sentía mucho", dijo ella, mientras su familia y vecinos se congregaban en su casa para presentar sus respetos. "Cuando llegó al hospital ya estaba muerto" .
Preguntados sobre si el difunto era un "borracho" o padecía algún otro problema social, como alegan los funcionarios pro-transgénicos, la tranquila y digna concurrencia estalló en cólera. " ¡No! ¡No! ", exclamó uno de los hermanos del muerto. "Suresh era un buen hombre. Mandó a sus hijos a la escuela y pagó sus impuestos".
"Lo estrangularon esas semillas mágicas. Nos venden las semillas diciendo que no necesitarán pesticidas caros, pero sí los necesitan. Todos los años estamos obligados a comprar las mismas semillas a la misma compañía. Nos están matando. Por favor, cuéntele al mundo lo que está pasando aquí".
Monsanto ha admitido que las deudas crecientes fueron un "factor en esta tragedia". Sin embargo, señalando que la producción de algodón se ha duplicado en los últimos siete años, un portavoz añadió que existen otras razones que explican la reciente crisis, por ejemplo la "lluvia inoportuna" o la sequía, y señaló que los suicidios han sido siempre parte de la vida rural en la India.
Las autoridades también apuntan a las encuestas para afirmar que la mayoría de los campesinos indios quieren semillas transgénicas - animados sin duda por agresivas tácticas de marketing.
Durante mis investigaciones en Maharastra me encontré con tres inspectores "independientes" que recorrían las aldeas para obtener información sobre los suicidios. Insistieron en que las semillas transgénicas eran sólo un 50% por ciento más caras, pero más tarde me confesaron que la diferencia era del 1000%.
(Después, un portavoz de Monsanto insistió en que su semilla "solo cuesta el doble" de lo que cuesta la semilla "oficial" no transgénica, pero admitió que la diferencia puede ser enorme si las semillas tradicionales más baratas son vendidas por comerciantes sin escrúpulos que a menudo también venden "falsas" semillas transgénicas susceptibles de contraer enfermedades.)
Ante los rumores de inminentes indemnizaciones gubernamentales para frenar la ola de muertes, muchos campesinos dijeron que estaban desesperados por conseguir cualquier tipo de ayuda. "Sólo queremos escapar de nuestros problemas", dijo uno. "Sólo queremos ayuda para que no muera nadie más de nosotros".
El príncipe Carlos está tan angustiado por la situación de los agricultores suicidas que ha creado una organización benéfica, la Fundación Bhumi Vardaan, para ayudar a los afectados y promover los cultivos orgánicos indios en lugar de los cultivos transgénicos.
Los agricultores de la India también están comenzando a luchar. A demás de tomar como rehenes a distribuidores de semillas transgénicas y de organizar protestas masivas, un gobierno estatal ha emprendido acciones legales contra Monsanto por el precio desorbitado de las semillas transgénicas.
Eso llegó demasiado tarde para Shankara Mandauker, quien había acumulado una deuda de 80.000 rupias (cerca de 1.200€) cuando decidió quitarse la vida . "Le dije que podía mos sobrevivir", dijo su viuda . Sus hijos continúan acurrucados a su vera al caer la noche. "Le dije que encontraríamos una salida. Él sólo dijo que era mejor morir".
Pero la deuda no muere con su marido: a menos que pueda encontrar una manera de satisfacerla no va a poder pagar la escolarización de sus niños. Perderán sus tierras y pasarán a engrosar las filas de las legiones de desposeídos que por millares mendigan al borde de los caminos a lo largo y ancho de este vasto y caótico país.
Cruelmente, quienes más están padeciendo los efectos del "genocidio transgénico" son los jóvenes, la misma generación a la que se supone se pretende rescatar de una vida de privaciones y miseria por medio de estas 'semillas mágicas'.
Aquí, en el cinturón suicida de la India, el coste del futuro transgénico es criminalmente alto.
Fuente: Daily Mail
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